«El tiempo acabó por destruir el amor que nos profesábamos. El tiempo socavó nuestra grata intimidad. El tiempo devoró la conversación o los placeres que habíamos compartido.» Armand, el vampiro, Anne Rice
Las campanadas suenan cuando se encuentra a mitad de camino de las canchas de fútbol, donde dos chicos de último año realizan pases a media distancia, seguramente con intenciones de matar el tiempo hasta la primera clase. Desde la acera, los mira a través del alambrado mientras camina con paso moderadamente rápido en dirección al instituto y luego regresa la mirada al frente, al edificio blanco que aguarda su llegada.
—Sora.
Se detiene en seco y voltea para ver quién le ha hablado, pero no halla a nadie detrás suyo ni en el interior de la cancha. Pensando que solo se ha tratado de una mala pasada que le ha jugado su mente, sacude la cabeza y acelera un poco más. No desea llegar tarde otra vez y quedarse fuera del salón de clases. No obstante, unos cuantos metros después su andar se ve interrumpido por una pelota de fútbol que aparece delante de sus pies.
—Oye, ¿me la pasas? —exclama uno de los chicos que ha visto antes, quien, de pie a unos treinta metros suyo, agita la mano para llamar su atención.
—Seguro —responde en voz baja, aunque es consciente que el chico no puede oírla. Está a punto de doblar las rodillas para agacharse a recogerla y lanzársela con las manos, pero en lugar de eso acaba pateándola sin detenerse demasiado a pensarlo.
En el momento en que su zapato toca la pelota y el calor del golpe se extiende desde la punta de los pies hasta su cadera, pasando por toda su pierna, Takenouchi recuerda cuando en su infancia jugaba al fútbol en la escuela. Cuando los padres de sus compañeros los abrazaban o acariciaban el cabello con orgullo al finalizar un partido mientras ella buscaba desesperada entre las gradas a su madre, aún sabiendo que no la encontraría allí. Cuando después de los entrenamientos llegaba sudada y agotada a la casa y su madre la apuraba para que tomase una ducha porque decía que las niñas debían oler siempre a flores y no a césped, barro y sudor seco.
—¡Eh! —El segundo chico detiene el balón de un salto con el pecho cuando este sobrepasa a su amigo. —¡Buen tiro!
Su trabajo como goleadora había sido impecable durante los años en que había pertenecido al equipo de fútbol de la escuela. Había auxiliado en más de una ocasión al jugador con el número diez en la camiseta roja y blanca a marcar goles increíbles, ayudando a diferenciar el tablero de manera significativa a favor de la Escuela Primaria de Odaiba.
—¡Gracias! —Gritan una vez recuperan la pelota, dispuestos ya a estirar las piernas para retirarse también a sus respectivas clases.
Nuevamente en el presente, Sora se acomoda un mechón de cabello que se le ha caído sobre el rostro, asiente una vez con la cabeza y retoma el andar hacia el edificio antes de que suene una nueva campanada. Pocos pasos después, se acerca el maletín al pecho y comienza a hurgar en los bolsillos en busca de algo con lo que sujetarse el cabello, convencida de haber visto un broche unos días atrás.
• • •
—Los Planos pueden entenderse como dimensiones —explica la dama que, sin desviar la vista del polvillo dorado que se mueve y flota según su voluntad, nota la incomprensión de los chicos—. En otras palabras, son espacios reales donde habitan criaturas específicas y, aunque no seamos capaces de verlos, se encuentran conectados.
Hace una pausa profunda, como si se tratase de un comentario hecho al azar, para luego retomar su tono monocorde y acabar de explicar a los cinco humanos la historia.
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La eterna lucha entre la luz y la oscuridad II: El reino de las flores
FanfictionUn cielo demasiado vibrante para ser real. Una brisa cálida que arrastra el dulzor de las flores y derrama por el reino el trinar de los pájaros. Un castillo de cristal puro, que encierra entre sus puertas aquello que nadie quiere oír cuando se abra...