«¡Qué magia tienen las palabras!» Sangre y oro, Anne Rice.
Cuando llega al edificio, el elevador se detiene justo en la planta baja y se abre. Cody se hace a un lado para dar paso a la gente que desciende, con tanta mala suerte que se trata de la vecina de su mismo piso, que está en plena mudanza y lo golpea accidentalmente mientras intenta sacar un sofá de doble cuerpo.
—Ay, lo siento —se excusa la chica en cuanto nota que su espalda ha dado contra el cuerpo de alguien más.
Cody sabe que va en el primer año de la escuela superior y su hermana, en el último. La acompaña un chico más o menos de su misma edad, un poco desgarbado y una púa colgando de su cuello.
—No es nada —masculla.
—¡Ah, maldición! —exclama el acompañante de la chica, soltando el sofá en cuanto termina de sacarlo por el pequeño espacio del elevador. —¡Mira cómo llueve!
El castaño no puede evitar deslizar su mirada hacia el sitio donde señala el chico: enormes charcos de agua y una lluvia torrencial les impiden llevar el mueble hasta el camión de la mudanza que aguarda afuera, a varios metros de la entrada del edificio.
El amigo de la chica rubia chasquea la lengua al tiempo que ella se cruza de brazos, pensativa.
—¿Qué hacemos, Inoue?
—Les pediré a los del camión que se acerquen para no mojarnos tanto.
En cuanto los dos jóvenes despejan la entrada, Cody se lanza al interior del elevador y presiona el botón de su piso.
—Ya llegué —anuncia al terminar de abrir la puerta.
—Bienvenido —responden las dos voces de siempre.
En el departamento lo esperan su madre, que está terminando de preparar el almuerzo, y su abuelo, que acaba de colocar el último vaso sobre la mesa y desliza la silla para sentarse.
Cody avanza titubeante después de quitarse el calzado. Su madre coloca con cariño la cacerola sobre la mesa y aguarda a que todos estén sentados para destaparla y servir. Sin embargo, el castaño es consciente de que no le sabrá a nada; un nudo en la garganta le inhibe el apetito y provoca que su boca sepa a metal.
—Mamá, yo...
—Ven, siéntate.
Dicen al unísono, y cada uno se lo queda viendo al otro; Cody con lágrimas a punto de resbalar de sus ojos, otra vez.
Fumiko inmediatamente se pone en pie y corre a abrazar a su hijo.
—¿Estás bien? ¿Qué pasa?
—Mamá, yo... —repite, y debe obligarse a inspirar profundamente para evitar que el llanto se apodere de él y así hablar.
Al otro lado de la mesa, Chikara entrelaza los dedos sobre la superficie de madera, en expresión atenta. Por debajo del bigote y entre medio de las lágrimas, Cody nota cómo el anciano esboza una sonrisa que le infunde valor.
• • •
Abre la puerta de la tienda y la campanita suena para anunciar la llegada de un nuevo cliente.
A comparación del frío exterior, donde el viento arrastra a los pocos transeúntes y las gruesas gotas de lluvia castigan como piquetes sobre los brazos y los hombros de aquellos desprevenidos que salieron sin paraguas, el local resulta acogedor y cálido. Incluso amortigua un poco los rugidos de los truenos que asustan a los niños, quienes se pegan a la falda de su madre o cogen con todas sus fuerzas las manos de sus padres entre las suyas pequeñas.
ESTÁS LEYENDO
La eterna lucha entre la luz y la oscuridad II: El reino de las flores
FanfictionUn cielo demasiado vibrante para ser real. Una brisa cálida que arrastra el dulzor de las flores y derrama por el reino el trinar de los pájaros. Un castillo de cristal puro, que encierra entre sus puertas aquello que nadie quiere oír cuando se abra...