Capítulo 2: Un problema de lenguas

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«El sentimiento del domingo por la noche es el mismo en todas partes del mundo; pesado, melancólico, y con esa certeza de que el fin de semana se terminó cuando apenas estaba comenzando.» Jean Ryhs


La música flota suave en la casa, a un volumen casi imperceptible. Se cuela desde la cocina llenando cada espacio y relajando a los únicos dos miembros de la familia.

La noche avanza ruidosa en el exterior, provocando una paradoja con la calma con que se desenvuelve todo en el departamento.

En la habitación, la música se ve rasgada por el pase de las hojas del libro de texto que el chico tiene encima de su escritorio, aunque pronto una voz potente interrumpe la monotonía que se había generado.

Takeru, où es tu? —pregunta la mujer caminando por el pasillo que separa las habitaciones y el baño del comedor. Todo el trayecto está a oscuras, puesto que el nombrado está en su habitación solamente con una lámpara de lectura encendida que no llega a reflectarse hasta el pasillo.

Dans ma chambre, maman.

Je peux entrer? —pregunta desde la puerta de la habitación del chico. Está abierta, pero aun así se muestra un poco cautelosa al ver en el oscuro interior.

Desde el escritorio, T-K le da la espalda, pero de inmediato gira la silla para poder ver a su madre.

Oui... —duda, no pudiendo recordar el siguiente término y regresando al japonés—seguro.

Natsuko pasa y se sienta en el borde de la cama, donde un rectángulo de luz blanca le ilumina las piernas superpuestas.

—¿Pasa algo? —cierra el libro de francés y lo deja sobre el escritorio, debajo del chorro de luz que despide la lámpara de lectura.

—No... —hace un gesto con la mano como si estuviera ahuyentando una mosca o un pensamiento, y luego recarga el peso de su cuerpo sobre la mano derecha, que apoya en el acolchado.

—¿Quieres que prepare algo?

—Mejor salgamos.

—¿Salir? ¿A dónde? —se extraña, a lo que la rubia responde encogiéndose un poco de hombros. Pasea distraídamente los ojos también azules, idénticos a los de T-K por el cuarto en penumbras.

—A cenar algo.

T-K se la queda mirando. Iluminada solamente por ese corto rectángulo blancuzco que muere en el suelo a sus pies, Natsuko parece tener la palidez de un fantasma. No recuerda la última vez que su madre lo llevó a comer fuera; generalmente, cuando ninguno tiene ganas de cocinar, piden comida hecha, pero nunca salen.

—¿Segura que todo está en orden? —insiste.

—Quiero consentirte antes de que me vaya, ¿no puedo?

—Pero si solo serán unos días.

Sonríe despreocupado, pero a Natsuko parece no agradarle aquel gesto, puesto que frunce los superciliares y se levanta con un movimiento seco.

—Cámbiate esa ropa. Te espero en el pasillo.

Takeru, todavía un poco pasmado por el repentino cambio de actitud en su madre, se demora algunos minutos en guardar los libros y levantarse de la silla. Luego rebusca en el ropero y acaba poniéndose una camiseta de mangas largas verde oscuro, una de mangas cortas de color lima, unos vaqueros apretados azul intenso, y una boina de tono similar a la camiseta verde fango.

—Ya estoy listo —anuncia cerrando la puerta del departamento un cuarto de hora después. Como había prometido, Natsuko estaba en el pasillo del edificio, cerca del ascensor. Lleva puesto unos pantalones negros al cuerpo y una blusa escotada que T-K no recuerda haberle visto usar nunca y que la asemejan aun más a un fantasma.

La eterna lucha entre la luz y la oscuridad II: El reino de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora