Capítulo 3: Algo que recordar

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«Tengo que creer en un mundo fuera de mi mente. Tengo que creer que mis acciones todavía tienen significado... aun cuando yo no puedo recordarlas. Tengo que creer que cuando mis ojos estén cerrados, el mundo todavía continúa allí.» Memento


—Jō... —A la vez que susurra su nombre, Hotaru le levanta con lentitud la camiseta y pasa su mano por el estómago de Jō, erizándole la piel y provocándole un escalofrío.

—M-Mori, basta.

—Te he dicho mil veces que me llames Hotaru.

A pesar de sus palabras, no parece enojada, y se muerde el labio inferior cada vez que termina de hablar en susurros contra el oído del Elegido de la sinceridad, a quien a cada segundo el corazón le late más violentamente y el rostro se le cubre de rojo intenso.

Están en la habitación de Jō. Hasta hace menos de cinco minutos estaban estudiando inglés, como a diario desde la última semana.

—¿Por qué...? Mi madre podría entrar en cualquier momento, no deberías...

—Eso lo hace más divertido —y le besa la base del cuello, provocando un nuevo temblor en el cuerpo del castaño.

—Pe-pero... —Sin embargo, no sabe qué decir. En un abrir y cerrar de ojos y con un susurro de la camiseta al ser deslizada por su cuerpo, está desnudo del torso para arriba.

—No es justo —murmura Mori haciendo un puchero —que tú solo no pases calor —y se lleva las manos a la parte baja de su blusa.

Jō, sumamente nervioso, lanza miradas fugaces a la puerta de su cuarto, que no tiene pasador, y las redirige nuevamente a la chica porque una parte de él no quiere perderse nada de lo que pueda revelarle.

Hotaru por fin se quita la blusa, pero en vez de quedarse en ropa interior, lleva una camiseta sin mangas apretada que hace que Jō pase saliva con dificultad y, guiado por las manos de la castaña, comienza a pasarla por el torso de ella en dirección al cuello.

Entonces, un ruido lo sobresalta: el de su puerta abriéndose. No. Otra cosa, que no puede descubrir porque abre los ojos, encontrándose en la penumbra borrosa de su habitación.

Quiere frotarse los ojos con la mano izquierda, pero algo muy pesado encima de ella le impide movérsela: Hotaru.

Primero se asusta, y luego lo recuerda todo.

Sonrojándose, Jō sonríe y con cuidado de no despertar a la castaña, retira su brazo, que manifiesta su incomodidad produciéndole la sensación de que cientos de miles de agujas se le clavan a la vez. Tan pronto como el dolor comienza, cesa, y Kido se acomoda en la pequeña cama de costado, de modo que la cabeza de Mori queda de frente al pecho de él, y la rodea por la espalda con el brazo derecho.

• • •

—Mamá, vas a hacer un surco de tanto que caminas —se burla T-K desde la puerta de su habitación. Le causa mucha gracia la nerviosidad de Natsuko, que ya ha repasado al menos veinte veces la lista de cosas, la cartera y el labial rojo sobre sus labios.

—¿Estás seguro de esto? Aun puedo comprar un pasaje extra. Tienes una valija con mudas por si hay una emergencia, ¿no? Puedes traerla.

—De verdad, mamá: estaré bien —asegura por centésima vez, ya un poco exasperado.

—Me preocupa dejarte solo. No estoy segura de esto...

—Mamá, todo estará bien, de verdad. Todavía están mi hermano y mi padre.

La eterna lucha entre la luz y la oscuridad II: El reino de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora