Capítulo 1: Estragos

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El fuego sofocante provocaba un calor infernal, las llamas acrecentadas comenzaban a cubrir gran parte de la ciudad, después surgían los llantos y lamentos descomunales como si se tratase del mismísimo infierno

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El fuego sofocante provocaba un calor infernal, las llamas acrecentadas comenzaban a cubrir gran parte de la ciudad, después surgían los llantos y lamentos descomunales como si se tratase del mismísimo infierno. Elena insistía en huir sin poder moverse, al tiempo que quería ayudar a mujeres y niños que se le presentaban con las llagas provocadas por quemaduras o golpes originados por las rocas. 

Los ojos puestos en el abismo, alertaban de la lluvia de meteoros que iniciaba desde las profundidades del oscuro cielo.

—¡Ya basta! ¡Paren! —gritaba una y otra vez sin obtener respuesta.

La sensación de ardor que el fuego lo proporcionaba sobre la piel, era cada vez mayor. Después venía el sonido de los aceros golpeándose y el desahogo de un río de sangre que llegaba a sus pies.

La mujer corría sola por las calles de Magdalena hasta llegar al puerto. De pronto, un cúmulo de cuerpos sin vida se interponían entre ella y la María: el barco que su padre navegaba, ahora se alejaba sin ella. 

Elena despertó conmocionada al tiempo que daba un brinco sobre la cama. Cerró los ojos y respiró hondo. Para ella, se estaba volviendo una normalidad, despertar con la pesadilla que la atosigaba desde su rescate en Magdalena.

Notó las gotas de sudor que surgían de su frente y las profundas respiraciones que poco a poco comenzaban a controlarse. En cuestión de segundos, se percató del sol que parecía bailar sobre su rostro junto con el natural ajetreo que acompañaba sus mañanas en Portobelo. Enseguida, estiró uno de sus brazos, buscando el cuerpo de su esposo, pero lo único que estaba a su alrededor era la nota que Barboza dejó sobre la almohada.

Fui al embarcadero, volveré para la comida.

—Al embarcadero —se dijo poniendo los ojos en blanco. 

A pesar de los deseos de Elena, Manuel pasaba la mayor parte de su tiempo cuidando de la María, pese a que esta se encontraba anclada en el muelle de la pequeña ciudad, como si se tratara de una carreta descompuesta en el granero. 

Finalmente, ella optó por ponerse de pie de un movimiento para comenzar el día, buscó sus ropas y se vistió con suma tranquilidad. Después caminó hasta la cocina de su pequeño hogar, donde se encontró con su empleada doméstica. Una amable mujer de cabello oscuro y pecas en el rostro.

—Buenos días, Leonor —saludó Elena tomando una de las tazas de café que Leonor puso sobre la mesa.

—Buenos días, señora. ¿Qué tal durmió? —preguntó la mujer de apiñonada piel. 

Meses atrás, Leonor se enteró de las molestas pesadillas que con frecuencia atormentaban los sueños de su señora, queriendo ayudar con la solución del problema, le aconsejó a Elena beber agua con gotas de valeriana antes de dormir, así lograría concebir el sueño con profundidad, evitando los malos recuerdos. Elena aceptó el consejo, aunque bebía el brebaje solo en los momentos de mayor tensión. 

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