Capítulo 38: Vida y muerte

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Elena sostuvo el aliento por varios segundos, hasta encontrarse con un rígido e inconforme semblante protagonizado por el mismo Barboza

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Elena sostuvo el aliento por varios segundos, hasta encontrarse con un rígido e inconforme semblante protagonizado por el mismo Barboza. Retuvo la fuerza que prometía abandonarle para dirigirse en dirección de los piratas que aguardaban a sus espaldas. Con cada paso que avanzaba, el camino parecía alargarse de la misma manera que el resto de los sonidos se volvían lejanos. No obstante, había algo que la incitaba a no temer, no agachar la cabeza, no caminar con flaqueza. La triste e incomprendida Elena, que suplicaba por salir de la piratería, se desvaneció luego de haber obtenido la información de la misma boca de White y de haber contribuido con la captura del hombre que le hizo sufrir. No, esta vez no debía permanecer oculta bajo las decisiones de quien fungía como su marido y líder de la hermandad. Ella mejor que nadie, lo tenía claro.

Finalmente, se plantó frente a los hombres y levantó el rostro con un tenue rigor apoderándose de ella. 

—Ya saben dónde está, ahora deben reunir a los hombres —soltó con seguridad en la voz.

Gonzalo asintió con la cabeza, al tiempo que Barboza especulaba con una fría expresión en el rostro. Elena le devolvió la mirada a Manuel a sabiendas de que el hombre estaba luchando contra sus oscuros instintos.

—No es lugar para hablar, no frente a White —aseguró ella mientras buscaba alejarse del debilitado corsario.

Barboza se limitó a quedarse callado, caminó a las espaldas de su mujer y en ese momento supo que los papeles estaban invertidos, ahora él sería el sumiso y ella quien tomara las decisiones. 

—¿A quiénes quieres que reclute? —preguntó Gonzalo, interponiéndose en la pelea que estaba a punto de explotar.

La fastidiosa interrogante de su contramaestre sacó a Barboza de la sumisión en la que estaba su mente, volvió la atención hacia Gonzalo luego de recordarse a sí mismo que el niño era la prioridad por ahora. 

—Sólo gente de confianza: Alejandro, el Búlgaro, Bartolomeo, Julia; no lo sé, unos cuantos —resolvió Barboza con hastío.

Gonzalo acató la orden de nuevo; no obstante, también tenía información que debía saber tanto Barboza como Elena. 

—Bartolomeo fue herido durante la batalla, Julia ya se está encargando, pero es posible que no pase la noche —expuso con pequeños titubeos en la voz—. Tampoco hay señales de Gaspar, parece que está desaparecido.

Fuertes palpitaciones sacudieron a la pareja, ya que, el viejo lobo de mar representaba para ellos, una especie de ángel protector desde el día que el hombre los ayudó con su salida de Magdalena.

—¿Bartolomeo herido? ¿Dónde está Patricia? —Los penetrantes ojos se fijaron en quien se encargaba de transmitir las noticias, la famosa batalla por su libertad, tuvo un costo mayor a lo que el pirata estimaba. 

—Patricia murió en batalla —declaró Gonzalo, agachó el rostro y respiró hondo.

Era evidente que las recientes noticias eran lamentables. Los ingleses no fueron los únicos que estaban perdiendo algo, la hermandad americana también lo hizo y apenas comenzaban a resumir los daños.

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