La vida de Manuel Barboza fue complicada desde su nacimiento: rechazado por su padre, abandonado por su madre, educado por un hombre que no tenía un lazo de sangre con él.
Deseoso de mostrarle al mundo sus habilidades, enfrenta los problemas de su...
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Desde la cubierta de uno de los galeones, observaron la destellante llamarada provocada por la explosión de sus atacantes, absolutamente nadie era capaz de entender con exactitud qué era lo que había sucedido y por qué uno de los barcos se incendió como lo hizo. Era una catastrófica escena que causaba estragos en el temple de los piratas.
—¿Qué fue eso? —preguntó el capitán Lorenzo al ver el resplandor y los pedazos de madera que caían al agua desde los cielos.
El contramaestre que estaba a su costado, miró a través del catalejo y luego del análisis entendió lo que recién había sucedido. Volvió la atención a su capitán, tragó saliva y respondió con sustento.
—Al parecer fue uno de nuestros barcos, capitán.
—¿De los nuestros? —Los ojos del capitán se hicieron grandes mientras estaban anclados en la ola de humo—. Pero si no tenemos aceites o fuego, ¿cómo demonios lo hicieron?
El muchacho miró de nuevo, buscando resolver el caos.
—No lo sabemos, capitán; Sin embargo, ha quedado un hueco —aseguró señalando el espacio que dejó el barco en llamas.
—¡Maldición! Habrá que cubrirlo.
—Señor, si nos movemos, podríamos ser los siguientes en explotar —especuló el marino con el miedo en la cara.
—¡Con un demonio, Salomón! ¿Tengo que repetir mi orden? ¡Mueve el maldito barco! —exigió el hombre, golpeando uno de los barriles que estaban sobre la superficie.
En el acto, el resto de la tripulación comenzó a liberar las velas. Así mismo, desde la isla, los vigías podían ver el suceso: un galeón cubriendo el espacio al mismo tiempo que pasaba sobre los restos de sus vecinos.
—El capitán Lorenzo se está moviendo de su lugar —indicó el vigía alertando a su capitán.
—Está bien, debemos proteger esos espacios, aun cuando no sabemos qué tipo de armas usaron para hacer estallar la nave. ¡Pronto tendremos la acción aquí, señores! —alertó Barboza sin desviar la atención de la batalla.
Mucho más al fondo, una de las naves inglesas reflejaba la caída de sus incendiadas velas; el barco fue tomado por corsarios españoles y azotado con su furia, no faltaba mucho para su derrota.
«Sin sobrevivientes», recordaban los hombres, ya que esas eran las órdenes del gran Barboza.
Tras la caída de la tripulación de dicho barco, los hombres hicieron lo que mejor sabían hacer: destrozaron la nave, le prendieron fuego y terminaron de hundirla con la ayuda de los cañones.
La primera línea de ataque era prácticamente inexistente, algunos de los galeones se movieron de su lugar, aunque permaneciendo en batalla, atemorizando a las naves inglesas; no obstante, otros galeones terminaron cayendo bajo el control del enemigo hasta terminar en cenizas.