Capítulo 40: El sueño de Barboza

69 8 11
                                    

El tenue y relajador ruido de las llamas en la chimenea, inundaban el pequeño despacho de Manuel Barboza en aquella acogedora casa que era la de Portobelo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El tenue y relajador ruido de las llamas en la chimenea, inundaban el pequeño despacho de Manuel Barboza en aquella acogedora casa que era la de Portobelo. No era un frío intenso el que se sentía durante el invierno, pero Manuel disfrutaba del calor del fuego, mientras leía con detenimiento las últimas noticias de la ciudad; mismas que estaban escritas en un periódico local donde hablaban sobre un ataque armado a uno de los bucaneros que transportaba granos de América hacia España. 

«Increíble», pensó. 

Inmediatamente después de leer aquella noticia, se puso de pie buscando un enorme mapa que guardaba en un cajón de su escritorio. La lectura de dichos documentos, era una más de sus múltiples habilidades, además de un hobby que disfrutaba hacer en su soledad. Apenas extendió el enorme papel pintado a mano, la puerta de su ambientada oficina, fue abierta de par en par por un pequeño de características similares a las de su padre.

—Padre, madre dice que la cena está lista —advirtió frente a la puerta y con los pies descalzos. 

Manuel miró al niño delgaducho que se le acercaba y luego sintió el característico aroma del asado que Elena preparaba en la cocina.

—¿Asado? —preguntó mirando al niño.

—Ella dice que es tu favorito —respondió el visitante encogiendo los hombros. 

—No lo es, pero ella no lo sabe y será mejor que no se lo digamos —replicó Barboza, guiñándole un ojo al pequeño.

El niño le regresó una sonrisa de complicidad a su padre y luego se percató del bonito papel que estaba extendido sobre el escritorio.

—¿Qué es eso? —Su curiosidad por el mundo era la misma que la de su padre, pese a que pasaba su vida en tierra firme y no en un barco como el capitán. 

—Un mapa. Los usamos para guiarnos y saber en qué parte del mundo estamos.

A Barboza le gustaba saber que su hijo era una mente aventurera igual a él. 

—¿Y dónde estamos?

—Aquí —señaló el padre colocando su dedo sobre el mapa. 

—¿En ese punto tan pequeño?

El niño parecía asombrando después de observar con atención el punto que apuntó su padre.

—El mundo es grande, hijo. Tal vez, un día tu madre te permitirá conocerlo —expresó Barboza con la mirada en el infante.

El niño estaba a punto de hacer otra pegunta cuando escucharon a Elena hacer un último llamado para la cena, ambos se miraron, se encogieron de hombros y decidieron acudir de inmediato a tomar su lugar en la mesa. 

El asado de Elena estaba listo, servido sobre la mesa. Los vasos y copas aguardaban a ser rebosados por los vinos o cidras que acompañarían la carne de conejo cocinada en el asado. Barboza tomó su sitio en la cabeza del comedor y enseguida volvió la mirada a Antonio: el chico que tomaba asiento a la derecha de su padre. Era notable la preocupación en el rostro del joven hombrecito.

LEGENDARIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora