Capítulo 4: Sentimientos de culpa

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—¡¿Cómo se te ocurre hacer semejante acto?! —cuestionó Alejandro furioso

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—¡¿Cómo se te ocurre hacer semejante acto?! —cuestionó Alejandro furioso. Al mismo tiempo, servía un vaso de licor en el interior del camarote principal de la María.

—¡Soy un pirata! ¿Qué querías? ¿Qué le abriera paso al mercante para esperarte sentado? —replicó Barboza desde otro punto de la habitación. Tenía el mismo semblante de molestia que últimamente no cambiaba.

—¡Sí, justo eso debiste hacer! Tenías una tripulación débil y ese barco era enorme. —Señaló la nave que estaba a las afueras—. ¿De verdad creíste que podrías hacerlo o intentabas un suicidio?

—No me digas cómo tengo que actuar. Vi un barco mercante que representaba una oportunidad para mí y mis hombres, lo hubiera logrado de no tener una bola de inútiles conmigo —respondió Barboza, aventando sobre la habitación un par de cosas.

El rubio buscó serenarse, evidentemente estaban pronto a salirse de control. Respiro hondo, bebió su bebida y relajó los hombros. 

—¿Cuántos hombres te quedan? —preguntó de nuevo.

Barboza infló el pecho, le dolía aceptarlo, pero estaba en serios problemas. 

—No lo sé, diez o quince, tampoco tengo contramaestre —confesó con fastidio. 

Alejandro también lo supo, era evidente, lo de afuera se convirtió en una masacre, por lo que buscó una rápida solución al problema. 

—Haré que veinte de los míos vengan aquí y te enviaré un nuevo contramaestre.

—¡No lo aceptaré! Llegaremos a las Antillas y ahí ...

—¡Acepta a los hombres, Barboza! —interrumpió el pirata rubio, estaba cansado del orgullo de Barboza—. Las Antillas están lejos. Además, sufrieron un ataque meses atrás, los que estaban ahí fueron colgados y si aún queda alguien, no querrá subir a un barco que apenas si puede defenderse. No es coherente navegar con diez hombres y las aguas infestadas de naves de guerra. 

Hizo una pausa para beber de su vino.

»Los hombres no te los estoy cediendo, te los venderé y tú pagarás sus servicios desde esta batalla donde te salvé el pellejo —declaró casi en una burla. 

Por su parte, Barboza sonrió para sí mismo, sabía que por el momento no tenía otra opción que aceptar las condiciones que estaban fuera de negociación. 

—Disfrútalo, Alejandro... disfruta de tu ventaja mientras puedas, volveré a ser el mismo hombre temido y respetado —aseguró con cierta oscuridad en la voz. 

—Has lo que quieras... ah y me llevaré la mitad del botín —dijo el rubio con una mirada acusatoria.

Barboza frunció el ceño y evidenció su confusión. 

—¿Por qué? El barco era mío.

—Le dije a mi tripulación que había un buen botín de por medio para que aceptaran pelear. Ellos preferían ver cómo te hundías con la María —escupió Alejandro sin el menor tacto, acercandose a la salida del camarote. 

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