Alejandro Díaz llevó a Danielle a la cabaña de Julia para su resguardo, ella intentaba con insistencia enterarse de las noticias de aquello que sucedió en la reunión de la hermandad. Sin embargo, Alejandro conocía bastante bien las tácticas de Danielle para hacerse de información, por lo que este, supo evadir toda pregunta haciendo uso de su autoridad como su esposo.
Debido a la necesidad de cerciorarse de la seguridad de su barco, decidió montar un caballo que lo llevaría en dirección a la costa antes de la llegada de la amenazadora tormenta. Optó por uno de los caminos estrechos que solían utilizarse para ir cuesta arriba de la isla, seguido de un descenso que lo llevaría directo a la costa, así podría contemplar la intensidad de la borrasca y tener un leve momento de sosiego para sus pensamientos. Sin bajarse del caballo, se detuvo por un par de minutos con la mirada en el cielo, quería arrancar de su mente la reunión de esa mañana, aun cuando los sentimientos rabiosos, iban y venían en diferentes grados de intensidad. Deseaba, con toda fuerza, encontrar una solución donde nadie tuviera que salir afectado a sabiendas de que ese era un sueño imposible.
El galope de un caballo que venía a toda velocidad lo distrajo de sus pensamientos, volvió la mirada hacia el camino y de inmediato notó que era Elena quien jineteaba aquel animal convertido en bestia. Sin la menor duda, Alejandro golpeó a su caballo y aceleró su galope, buscando encontrarse con quien los había pasado a gran velocidad.
—¡Elena, detente! —gritó con el temor a que perdiera el control enfurecido trotón.
No obstante, lejos de que eso sucediera, Elena demostró tener el total dominio como jinete, siendo ella la que guiara al caballo hasta el acantilado que terminaría con la carrera. El animal se frenó de una y manifestó su enojo con un relinche, casi como si jinete y corcel estuvieran coordinados.
—¡Debes tranquilizarte! —gritó de nuevo el pirata que bajaba del caballo después de haber alcanzado a la mujer que parecía querer tirarse por el precipicio.
—¿Cómo? ¿Cómo hago para tranquilizarme? —respondió ella bañada por las lágrimas de impotencia.
El viento soplaba tan fuerte que el vestido de Elena se ceñía a su delicada figura, esa que parecía temblar en medio del abismo en el que estaba de pie.
—¿Te lo dijo Barboza? —cuestionó Alejandro tragando saliva.
La castaña asintió de un movimiento mientras se abrazaba a sí misma y el llanto emergía.
»Supongo que no lo permitirán de ninguna manera —aseguró el rubio dando un par de pasos hacia ella.
—Él no, pero yo sí —respondió Elena con la mirada en el agitado mar.
El pirata ni siquiera quería creerlo, las palabras de Elena debió haberlas imaginado como una vil trampa de sus profundos miedos e inquietudes. Frunció el entrecejo y alzó la voz para hacerse notar.
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LEGENDARIO
Ficción históricaLa vida de Manuel Barboza fue complicada desde su nacimiento: rechazado por su padre, abandonado por su madre, educado por un hombre que no tenía un lazo de sangre con él. Deseoso de mostrarle al mundo sus habilidades, enfrenta los problemas de su...