—¡No puedes pedirme que me calme cuando White tiene a mi hijo! —gritó una Elena alterada y consumida por su propio dolor. El sólo hecho de contemplar la idea de no volver a ver a Antonio, era la misma muerte para la madre.
Elena quedó inclinada en el suelo sobre ambas rodillas, cubierta de fango, mientras las lagrimas le recorrían las mejillas. El grito desgarrador era un simple reflejo de lo que había en su interior.
—Elena, tienes que hacerlo. No nos sirve de nada que pierdas la cabeza. Por ahora sólo podemos salir de la selva y llevarte con Barboza —dijo Gonzalo con la mujer entre sus brazos.
El llanto de la castaña cesó en el momento que escuchó el nombre de su esposo, de alguna manera su ausencia parecía pesar. La oscuridad en la mirada reemplazó el entristecido semblante provocado por la sensación de soledad.
—¿Por qué no está aquí? ¿Por qué no ha venido por nosotros? —cuestionó con frialdad.
—Bueno... Lo necesitan en la playa —respondió Gonzalo luego de ver los ojos de la enfurecida mujer.
—¡No más de lo que lo necesita su familia! ¿Por qué siempre tengo que estar en segundo término? ¿Por qué siempre debe ser primero la piratería y la hermandad?
Tanto Danielle como Alejandro se habían vuelto simples espectadores del dolor y la rabia que invadía a la mujer, misma que demostraba en cada una de sus palabras y expresiones cargadas de coraje y dolor.
—Elena, él sí quería venir. Barboza pretendía dejarlo todo para buscarlos, él dijo que de ninguna manera podría estar tranquilo hasta que ustedes dos regresaran a salvo. Fuimos Gonzalo y yo quienes insistimos en que se mantuviera fuera de la selva.
Elena miró a Alejandro entre sollozos, en su mente surgió la idea de que se trataba de una piadosa mentira que le ayudaría a sosegar sus dolosos pensamientos. Pero, por otro lado, en ese momento, ella necesitaba creer en algo, requería de ese pequeño rayo de esperanza que le hacía creer que Manuel Barboza, el pirata más temido de todo el océano y a quien ella llamaba esposo, estaría dispuesto a hacer lo imposible por rescatar a su hijo de las manos del capitán John White.
—Llévenme con mi marido —dictó Elena, reincorporándose rápidamente con la dureza marcada en el rostro.
Alejandro ayudó a Danielle a ponerse de pie, notando las fuertes heridas que estremecían el cuerpo de la rubia.
—¿Qué pasó? ¿Las golpearon? —preguntó.
Danielle miró a su pequeña hija: la niña que se mantenía sujetada a su cadera. Luego regresó la mirada a los ojos de su esposo, quien, sin escuchar palabra alguna, lo dedujo todo.
—¡Mal nacidos, bastardos! —gritó Alejandro para después estallar en un gritó doloroso, uno que representaba su impotencia.
Gonzalo miró a Elena con gran inquietud y se atrevió a preguntar, aun cuando no ponía en duda el atroz acto.
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LEGENDARIO
Ficción históricaLa vida de Manuel Barboza fue complicada desde su nacimiento: rechazado por su padre, abandonado por su madre, educado por un hombre que no tenía un lazo de sangre con él. Deseoso de mostrarle al mundo sus habilidades, enfrenta los problemas de su...