Capítulo 22: Invencible

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La puerta sonó con estruendo, no había alguien en la cabaña de Montaño que no hubiera escuchado aquellos golpes azotados en la puerta

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La puerta sonó con estruendo, no había alguien en la cabaña de Montaño que no hubiera escuchado aquellos golpes azotados en la puerta. Alertados, salían todos de sus habitaciones por los constantes ruidos que señalaban la presencia de alguien, intentando irrumpir en los interiores de la cabaña.

Los semblantes desencajados de quienes se percataron del golpeteo, se desvanecieron una vez que escucharon la voz de Julia amenazar a las afueras de la cabaña.

—¡Barboza, abre la maldita puerta!

El escándalo causado por la pirata, provocó que un Manuel Barboza a medio vestir y por completo confundido, surgiera de su habitación con torpeza, debido a la interrupción del descanso que procuró para sí mismo.

—¡Maldita sea! ¿Qué es lo que le pasa a esta mujer? —cuestionó caminando en dirección a la puerta para abrirla de golpe.

—¡Con un demonio, Barboza! ¿Nos quieres explicar qué es lo que te pasa? —gritó alarmada.

—¡Julia, no he venido a esta isla para dar explicaciones de mis actos y mucho menos a ser reprendido! ¡Ya no soy un simple segundo! —alegó el capitán, notando la presencia de una multitud en su puerta.

— ¡¿Te has largado para hacerte de un camino de muerte y de pronto decides regresar para no explicar nada de lo que has hecho?! —cuestionó Julia de nuevo con la voz enaltecida.

—Julia, debemos hablarlo con serenidad —señaló Bartolomeo, colocándose entre ambos capitanes.

—Hagan el favor de salir de mi casa —bramó Barboza con el ceño fruncido y frialdad en sus palabras.

Tanto Gonzalo como Elena se habían vuelto simples espectadores de aquella discusión desde el interior de la cabaña, pero Elena no permitiría que Manuel corriera a los amigos de su padre, sobre todo porque ella también era dueña de la misma cabaña y riquezas que el hombre poseía. 

—Manuel, por favor. Ellos son amigos y lo único que quieren hacer es aclarar tus decisiones —expuso mientras se interponía delante de la puerta. 

Elena les concedió el acceso a la cabaña a pesar de la insistencia de Barboza por evitarse los cuestionamientos. Julia, Bartolomeo, Alejandro y Danielle atravesaron la puerta para enseguida acomodarse en los cálidos espacios del recibidor.

Por otra parte, Manuel pasó una de las manos por su cara en señal de desaprobación, fue mucho el tiempo que pasó sin dar explicaciones de sus actos, gran parte de sus decisiones dependían sólo de él; decisiones en las que —sin haberlo planeado— perjudicó a la hermandad para la que una vez trabajó con fidelidad. La sóla idea de volver a servirle a la hermandad, le provoca desagrado y fastidio, pues jamás había olvidado que fueron los mismos miembros de la hermandad los que le entregaron a su esposa al depravado de White.

—Tenemos problemas, problemas muy delicados —aseguró Alejandro, quien intentaba no mirar los ojos de Elena para evitar desatar los constantes celos de Barboza.

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