Capítulo 26: ¡Tenemos un plan!

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Los enormes galeones prometidos por el capitán Gaspar, comenzaban a ser avistados por los vigías de la isla del coco, no había líder que no sintiera deseos por hacerse de aquellas enormes construcciones flotantes llenas de destrucción poderosa

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Los enormes galeones prometidos por el capitán Gaspar, comenzaban a ser avistados por los vigías de la isla del coco, no había líder que no sintiera deseos por hacerse de aquellas enormes construcciones flotantes llenas de destrucción poderosa. Incluían un mínimo de ochenta cañones y la capacidad para hasta doscientos cincuenta marineros en cada uno de los barcos. Las imponentes naves españolas llegaron por completo abastecidas, tanto de hombres como de armas, todo listo para la contienda de poderes que iniciaría muy pronto. 

Durante mucho tiempo, Barboza pensó en una posible estrategia para acabar con los ingleses por sí mismo con la ayuda de sus tripulaciones, pero jamás imaginó que tendría el apoyo de una flotilla completa de dos hermandades unidas y más aún, de la corona española.

Acompañado del capitán Gaspar y su cocapitana Patricia, subió a uno de los Galeones españoles para conocer de cerca sus dimensiones y el poder destructivo que ejercían aquellas naves.

Manuel había pasado los últimos años navegando en sus barcos y tocando puerto sólo cuando era necesario. Se dedicó en gran parte a fortalecerse como capitán y a hacerlo de la manera más impecable y pulcra que le fuera posible, eliminando casi al mínimo los márgenes de errores en cualquiera de sus asaltos, mediante hazañas de liderazgo y disciplina. Como capitán, jamás notó de cerca, la fama y la leyenda en la que se había convertido, hasta el día que abordó aquel galeón español, donde fue recibido con ovaciones y elogios, igual que lo hicieran con un rey. 

—Todos conocen tu leyenda, Barboza —dijo la mujer que los acompañaba, confabulada con la celebración.

En medio del estrepitoso momento provocado por los piratas, Manuel apenas si podía pensar en algo para decir, puesto que miraba atónito aquellos hombres que ofrecieron sus vidas a cambio de una aventura junto al gran Manuel Barboza.

—¿Quieres decirles algo? —preguntó Gaspar disfrutando del momento.

El legendario pirata negó con la cabeza, nunca se sintió cómodo con el uso de las palabras, tenía claro que prefería la acción. 

—Se los diré cuando ganemos. 

—¿Y por qué no ahora? —cuestionó Gaspar sin ánimos de molestar. 

—Porque prefiero hacerlo con la bandera británica bajo mi bota —declaró el capitán. 

De inmediato, los marineros comenzaron a reír, pues ya no necesitaban escuchar más, con sólo verlo con dicha promesa, les era suficiente.

Los tres capitanes continuaron su camino por sobre cubierta, Gaspar explicaba las grandes fortalezas que tenían las naves de batalla, así como los materiales con los que fueron hechas. Desde su punto de vista, se trataba de obras maestras. Perfectas para la guerra que estaban por enfrentar. Sin embargo, Barboza no compartía la misma satisfacción, había peleado en múltiples ocasiones con esos barcos y siempre salió invicto. A sus ojos, eran simples naves, pedazos de madera que terminarían en el fondo del océano, ya fuera durante la guerra o después de cien años. 

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