6. El rescate

68 20 39
                                    

«El silencio que hicieron fue casi sepulcral, lo único que se podía escuchar eran los latidos de sus corazones, palpitando frenéticos, poco a poco se fueron acercando hacia su objetivo. Dalil sacó la llave de aquella vieja puerta en la que tenía puesta sus esperanzas, para su libertad, justo cuando logró abrirla y dar los primeros pasos respirando el aire helado, debido a la hora, el rechinido de unas llantas, los hizo abrir los ojos de par en par, al observar las camionetas de gente de Haidar, cercarlos».

Las luces de los autos y de las mamparas era lo único que podían observar, ante la oscurecida calle, Dalil observó a los lados intentando ubicar hacia donde poder moverse, pero era demasiado tarde.

Segundos después Haidar bajó del auto, en compañía de sus hombres, sacando sus armas apuntándoles; observó a su hermano con profundo resentimiento.

—Eres un infeliz traidor —bufó frunciendo la nariz—. Mi padre acabará contigo. —Lo señaló furioso.

Arnulfo miró la determinación con la que hablaba Haidar, supo que no se tentaría el corazón para hacerlo. Lamentó profundo que aquel joven, que al final sus buenos sentimientos habían prevalecido, pagara el precio por haberlo socorrido.

—Gozaré verte morir, por tu traición —externó el hijo mayor de Farah.

Momentos después Haidar, cerró su puño y golpeó a Dalil, sofocándolo; en cuanto uno de los hombres lo sujetó por el cabello, otro golpe impactó sobre su pómulo.

—Morirás con deshonra. —Haidar, escupió sobre su rostro.

Dalil levantó el mentón sin inmutarse, sostuvo la mirada a su hermano.

—Jamás creí que un hijo mío se atreviera a traicionarme—. La voz de Azahar se escuchó, entonces el hombre salió por la misma puerta de emergencias que Arnulfo y Dalil.

Arnulfo cuadró los hombros lo más que pudo, elevando su rostro para poder verlo a los ojos.

—Veo que usted no conoce la palabra miedo —Azahar comentó dirigiéndose a Arnulfo.

—No, no está en mi vocabulario —respondió frunciendo el ceño.

—Por eso deseaba traer a la hija de Farah, creo que ver sufrir a la que aún es mi mujer, le dolería más que nada en este mundo.

—Lamento decepcionarlo al ser yo a quien trajeron a hospedarse en este fino lugar —manifestó, con sarcasmo.

Justo cuando Azahar, tomaba impulso para golpearlo, observó como la luz roja láser de un fusil, se fijó sobre su pecho. El hombre se sorprendió al tenerla a la altura de su corazón.

Arnulfo ladeó sus labios, llenándose de orgullo al saber que Eduardo se encontraba en alguno de los tejados de la zona, apuntando a su víctima.

— ¿Qué demonios...? —cuestionó encolerizado.

—Mi equipo, está cruzando los dedos con gran ansiedad, para que cometas un error y te vuelen los sesos. —La mirada de Arnulfo se ensombreció al verlo atento a los ojos.

—A mí no me importa morir, si es por vencer a mi enemigo —Haidar respondió.

—Por favor Padre, no haga nada que lo ponga en riesgo —Dalil imploró.

—Eres un débil, me has deshonrado; para mí tú ya estás muerto —externó con desprecio.

Azahar alzó las manos, para evitar que dispararan.

—Ordena a tu gente que bajen sus armas —Arnulfo ordenó.

Dariana, Alessandro y Charlie se acercaron apuntando a los hombres, con armas de grueso calibre; vestidos de negro, equipados para cualquier imprevisto, además de usar pasamontañas.

Las Protegidas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora