10. Promesas

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Por la tarde Eduardo y Dariana se dirigieron a la institución donde se encontraba su hijo, resguardado. Él frotaba sus manos con nerviosismo, ante aquel primer encuentro que tendrían.

Su corazón latió acelerado al observar acercarse, en compañía de la trabajadora social, a un chico de 11 años.

—Señor y señora De Boe Dekker, les presento a Fabricio Santa Marina.

Eduardo observó aquella mirada en la que se identificó de inmediato.

—Hola —saludó sin dejar de observarlo.

El chico se quedó callado, atento al hombre que estaba frente a él.

— ¿No vas a saludar? —la trabajadora social cuestionó.

Fabricio inclinó su rostro y no dijo nada.

—Quiero ir con mi mamá —indicó.

—Por el momento ella no puede hacerse cargo ti, por eso estoy contigo, porque deseo cuidarte, hasta que ella se recupere y puedan estar juntos — Eduardo se inclinó un poco, para observarlo a los ojos.

—Deseo poder verla —solicitó.

—En cuanto solucionemos lo de tu estadía en este lugar, haremos lo posible por que la puedas visitar.

— ¿Lo prometes? —cuestionó fijando su mirada en él.

—Así será — Eduardo se puso de pie, sonrió con cariño mirando a su esposa. — ¿Sabes quién soy? —cuestionó.

El chico movió su cabeza afirmando.

—Eres mi padre —expresó con tristeza—. El hombre que no quiso hacerse cargo de mí. Mi mamá tiene un par de fotos tuyas —indicó.

—No sabía de tu existencia —respondió, mientras tomaban asiento en la sala del lugar—, perdí el contacto con tu mamá por muchos años. Hace un par de semanas nos volvimos a ver —confesó.

—Eso me dijo ella, pero nunca le creí.

—Espero que no tengas problema porque nos conozcamos, no deseo que permanezcas aquí, si tú lo deseas puedes estar con nosotros. —Tomó de la mano a su cónyuge—. Ella es mi esposa, Dariana Larios —expresó.

—Siempre imaginé que serías soltero y vendrías a buscar a mi mami y te quedaría con ella para que fuéramos una familia —confesó con desilusión.

—Lamento que las cosas, no sean como esperas, nosotros deseamos que te sientas cómodo en donde vivimos. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que te sientas acompañado —refirió presionando la mano de Dary.

—También deseo que nos des la oportunidad de conocerte, y podamos ser amigos, no queremos hacer algo que no quieras, era importante que supieras que tienes una familia con quien contar y apoyarte en lo que necesites —Dariana dijo con sinceridad.

— ¿Qué dices Fabricio? —la trabajadora social intervino. — ¿Deseas que se haga el papeleo que se requiera para que puedas ir a vivir con ellos, mientras tu mamá se repone? —observó atento al chico.

—No quiero quedarme aquí, deseo ir a casa —habló con la voz fragmentada.

—Por el momento eso no está a tu alcance, solo irte con ellos a donde te lo indiquen, como ya lo habíamos hablado —enunció la mujer.

—Está bien, acepto —Fabricio resopló con resignación.

Eduardo sonrió al escuchar la respuesta de su hijo, se puso de pie y se acercó a él.

—En un par de días vendremos por ti, para irnos juntos. —Extendió su mano para despedirse. Cuando lo hacía se inclinó y lo abrazó—, lamento que estés en este lugar, tu mamá me encargó que cuidara de ti y así lo haré, te lo prometo.

Las Protegidas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora