11. Sorpresa

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Museumkwartier, Ámsterdam.

Luego de un largo viaje el matrimonio, acompañado de Fabricio, salieron del aeropuerto de Schiphol, y tomaron un taxi hacia su residencia. Durante los veinte minutos de recorrido, el chico observó atento el camino, para no hablar con Dariana, entonces distinguió un par de parques con espléndidos árboles frondosos. Abrió los ojos de par en par al ver fachadas de las casas, que eran estrechas al frente, pero alargadas en su altura. Lo que más llamó su atención fueron los grandes canales, que atravesaban la ciudad. Se estiró un poco para poder observar aquella agua cristalina, que reflejan los tonos de las fachadas de las propiedades.

Momentos después Eduardo y Dariana ingresaron a su casa en compañía de Fabricio. El chico observó atento el interior del lugar dibujó una ligera O, al sorprenderse por lo bonito de su hogar. Su mirada recorrió atento los relucientes pisos en tono claro notando las amplias escaleras frente a él y detrás un amplio ventanal, brindando claridad en toda la planta baja.

Giró su rostro de lado fijando sus ojos en los dos pilares que formaban la entrada hacia la enorme sala modular en tono gris claro, con un puf del mismo tono y una hermosa mesa de centro de madera con velas de distintos tamaños en tono beige. Quedó maravillado con la chimenea en cantera pegada a uno de los muros, sobre la barra que tenía. Notó la gran cantidad de portarretratos que tenían de ellos y de su familia.

La cocina integral estaba en una sola línea separada por una barra de madera blanca con unos bancos y enseguida estaba el comedor, sin ningún muro que los dividía, dando mayor amplitud. A continuación una mesa del mismo tono claro, con seis sillas forradas en tela color beige.

—Este será tu hogar, mientras tu mamá mejora, además que podrás estar el tiempo que desees —Eduardo comentó.

—Gracias —Fabricio respondió con poco entusiasmo.

—Le pedimos a un par de amigos que nos ayudaran a preparar tu habitación, ya que no podíamos hacerlo de forma personal —Dariana externó—, esperamos que te sientas a gusto.

Fabricio no respondió nada, al comentario.

Eduardo resopló observando a su esposa, avergonzado.

—Todo esto lo pidió Dary, deseando que estés lo más cómodo posible —informó.

El chico inclinó su rostro sin decir más. Caminó en compañía de su padre hacia el dormitorio que le mencionaron, observando la cabecera, escritorio y las mesas de noche en color negro, esbozó una discreta sonrisa, al gustarle lo que veía.

— ¿Te agrada? —Eduardo cuestionó.

—Está bien —refirió con voz aplanada.

—Te ves cansado, te dejaré para que descanses un rato.

—Sí, deseo hacerlo —respondió el chico. — ¿Sabes algo de mamá? —inquirió sin ocultar su aflicción.

—Ha tenido mejorías. —Palmeó con cariño sobre su hombro y se retiró.

—Tienes que volver por mí, no deseo vivir, bajo el techo de la mujer que te quitó a papá —refirió mientras cerraba la puerta de su habitación.

—Tienes que volver por mí, no deseo vivir, bajo el techo de la mujer que te quitó a papá —refirió mientras cerraba la puerta de su habitación

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