Capítulo 41

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Mila

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Mila

Dos minutos aguanté.

Demasiado.

Bianca parecía dispuesta a cagarle la noche a este chico Felipe, que había venido con claras intenciones de estar un rato a solas con la chica que le gustaba. Porque no se les separaba ni dos minutos.

Se había convertido en su sombra y los seguía por todas partes para que no fueran a desaparecer al segundo piso, en donde estaban las habitaciones.

Era gracioso, porque ella debía estar convencida de que estaba disimulando y era prácticamente una ninja, pero lo cierto es que la idiota se les quedaba parada al lado, mirando al chico con los ojos entornados.

Si él aun así tenía ganas de estar con Jaz, es porque de verdad le gustaba, había que reconocérselo.

Y lo digo yo, que ya lo había amenazado en otra oportunidad de que tuviera mucho cuidado con lo que le hacía a nuestra amiga, porque me lo cobraría.

Puse los ojos en blanco y me fui a rellenar el vaso que tenía en la mano. Ya hacía rato que veía borroso, pero me dije que a la mierda todo. Era una fiesta.

Crucé el pasillo alejándome del resto de mis compañeros y me puse a hacer tiempo en el pasillo oscuro, mientras el ritmo cadencioso de esa música del mal, hacía que mi pecho rebotara, embotándome más la cabeza. Sonreí. Al menos el alcohol lo volvía un poco más soportable. Mierda. Ya estaba bien borracho si soportaba el reggaetón.

Estaba por sentarme en el suelo, cuando una sombra en la esquina se volvió menos borrosa y me habló.

—No deberías quedarte solo, lejos de tus amigas. Las que te defienden. – se jactó la sombra gris, que poco a poco se volvía más nítida.

Grego.

—Pensé que te habían prohibido la entrada. – me reí con sarcasmo. —¿Qué pasó? ¿Tuviste que prometerle a Rossi y Mendoza que le vas a lavar la ropa de entrenar toda la semana?

El chico tensó las mandíbulas, marcando un músculo ahí, en donde su quijada se volvía angulosa. Vi que se cruzaba de brazos y por puro reflejo, me paré más derecho, preparado para defenderme.

—Nadie va a prohibirme nada. – me aclaró, entre dientes. —A tus amigos les mintieron, yo siempre iba a venir a esta fiesta.

—Me da igual. – mentí y encogiéndome de hombros, le di la espalda y comencé a caminar. No tenía ganas de iniciar una pelea, y la verdad es que estaba tan afectado por la bebida, que tampoco hubiera sido una muy justa. No podía pararme derecho del todo, y sabía que la próxima vez que me enfrentara a Grego, tenía que estar con todos mis sentidos alertas.

Puse un pie fuera, en el patio, pero rápido recordé que tal vez no fuera el mejor lugar.

Estaba oscuro, y aunque no podía verlas, escuchaba que había dos o tres parejitas aprovechando esa oscuridad y soledad.

2 - Perdón por las mariposas, y las lágrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora