Capítulo 38

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El día siguiente había ido solo un rato a la escuela.

Había avisado a la directora sobre lo que le había ocurrido a Mila, evitando decir quién se lo había hecho. Mi amigo no quería ya más problemas con esos idiotas, y no diría nada porque creía que no era así cómo debían solucionarse esas cosas.

Si Thiago era honorable e íntegro, Mila era orgulloso. Testarudo y orgulloso como nadie, y aunque le chocara a mi novio, yo un poco lo entendía.

Estas cosas uno las frena de frente o no lo hace. Decirle a la directora sería totalmente en vano. Su palabra contra la de ellos, y además, les daría con el gusto de verse en una posición débil. Y él no era débil.

Ni a la policía quiso decirle la identidad de sus atacantes. Un grupo de delincuentes, eso era lo que había dicho y ya. A las autoridades, a sus padres y al colegio. Y eso nos había hecho decir a nos

otros también.

Mi chico no estaba contento precisamente.

Mientras estaba todavía en Buenos Aires, no iba a dejarme sola en ningún momento, ni siquiera cuando fuera a visitar a mi amigo al hospital, pero claro, nadie dijo que lo haría con buena cara.

Estaba molesto porque según él no nos estábamos tomando lo sucedido seriamente, y le jodía más de lo que quería demostrar, que yo comprendiera y justificara a Mila, contradiciéndolo. Notaba que a medida que pasaban las horas, su mirada se volvía más hosca.

Se paseaba por ahí con cara de culo, y cuando yo me reía de algo con mi compañero, se excusaba, salía de la habitación o miraba la pantalla de su celular, con el ceño fruncido.

Intentaba integrarlo en nuestras conversaciones, pero no puedo culparlo de que no quisiera hacerlo o le pareciera estúpido lo que hablábamos. Es que cuando nos juntábamos, decíamos demasiadas estupideces, y supongo que era un lado mío que mi novio no conocía mucho.

—Los idiotas de Grego y sus amigos se sorprendieron un poco cuando conté que estabas internado. – comenté como si nada, arrebatándole el postre que acababan de servirle de su bandeja.

—Estarían convencidos de que me habían matado del todo. – se encogió de hombros. —Yerba mala nunca muere era el dicho ¿No?

Me reí asintiendo.

—Pero casi, mirá cómo te dejaron. – lo señalé casualmente con la cuchara. —Tu cara da más asco que antes.

Resopló, haciéndose hacia delante para sacarme el plato de las manos.

—Por lo menos muerto no tengo que ver tu cara, pendeja. – dijo, torciendo una sonrisa. —Esa es peor que la mía.

Levanté el dedo medio frente a su rostro, haciéndolo reír, y quejarse de dolor.

Thiago, que había estado sentado en silencio en una silla en un costado, se aclaró la garganta con fuerza y poniéndose de pie, se fue al pasillo, sorprendiéndonos.

—Es oficial, ahora sí lo cansaste con tus pelotudeces. – dijo Mila, negando con la cabeza. Fingiendo estar afligido.

—Está enojado porque no querés denunciar a Grego y sus secuaces. – comenté mirando hacia la puerta, algo preocupada. Me giré para mirar a mi amigo con una sonrisa, disimulando. —Pero ya se le va a pasar.

Mila frunció el ceño y miró también hacia la salida.

—Anda a buscarlo y hablá con él. – masculló.

—¿Qué? No. Después lo hablo, ahora estoy haciéndote compañía. – contesté.

—No seas pesada y andate. – insistió. —Es un estirado, me cae un poco mal, pero en los últimos dos días se bancó muchas más cosas de las que me bancaría en su lugar.

2 - Perdón por las mariposas, y las lágrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora