Capítulo 31

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Bianca

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Bianca

Si me preguntan, el sábado había llegado demasiado rápido. Demasiado.

Apuré el trago de cerveza y apagué mi cigarrillo al borde del escritorio de Mila donde estábamos haciendo previa para ir al festival de Rock. Maldita costumbre de no tener nunca un cenicero, platito o lo que fuera para no dejar marcas de quemaduras en su mueble, pero bueno... las mías no eran las únicas. El pobre trasto tenía cientos de círculos marrones y negros por todas partes.

—Ya deberíamos ir a la parada de micro, porque si lo perdemos, después tenemos dos horas para que pase el siguiente. – comenté y él despegó un segundo sus ojos saltones de la pantalla de celular para dedicarme una mirada de hastío.

—No pienso estar tres horas esperando al rayo del sol. – se rio, poniendo una mano en su nuca. Estaba acostado todo despatarrado con la apariencia de alguien que no tiene ni la más mínima gana de salir. —Además estoy chateando con Jaz. Me está contando que se juntó con Felipe, en casa de él.

—¿Qué? – chillé y me tiré encima de su cuerpo para arrebatarle el teléfono de las manos. Se quejó como si le hubiera pesado una tonelada, pero después se movió para hacerme lugar.

Efectivamente.

Nuestra amiga había ido a la casa de ese tatuador un rato antes de su turno en el estudio de Homero. Con la excusa de mostrarle sus diseños y no sé cuántas cosas más le había dicho. Pensaba que el chico se estaba comportando, con todas esas ridiculeces de sacarla a pasear, a tomar un helado y apenas agarrándole la manito por un instante. ¿Qué mierda era esta de invitarla a su casa? Éramos unos idiotas.

Me pegué con la palma en toda la frente.

—Obvio que nos iba a dar las entradas para el festival ¿no te das cuenta? – pregunté, cada vez más molesta.

—De que estás loca, sí. – asintió y cerró los ojos como si estuviera exhausto. Que tal vez lo estaba, tras trabajar tantas horas esta semana en el local de Amalia, pero a veces creía que ese estado de permanente agotamiento ya formaba parte de su personalidad.

—No, payaso. – lo zamarreé para que me prestara atención, y él en respuesta gruñó y me sujetó por las muñecas para que me estuviera quieta. —Nos quería sacar de encima. – le hice ver y abrió los ojos otra vez, como si de repente cayera.

—Vos estás diciendo que todo esto fue un plan para que nosotros estuviéramos lejos, mientras él se quedaba acá con ella a solas en su casa. – dijo más serio y yo asentí, preocupada. Mila apretó los dientes y se removió hasta casi tirarnos a los dos de la cama. —Vamos.

—¿Qué? ¿A dónde? Te estaba por decir que no fuéramos al festival y que nos quedáramos... – empecé a decir y me cortó.

—Vamos a pasar por casa de ese imbécil un segundito, camino a la parada de micros. – apretó los puños y le sonaron todos los dedos. —Lo visitamos y le hacemos acordar que con nuestra amiga no va a jugar. Es un minutito.

2 - Perdón por las mariposas, y las lágrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora