Convivencia

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Desperté con Gin dormido a mi lado, y eso me alegró.

Se había saltado su horario de siempre por permanecer a mi lado.

Eran las ocho de la mañana, hora en la que en un día normal yo debería estar en el instituto, y él, haciendo lo que fuese que hacía por la organización.

Pero ahora ya nada volvería a ser como siempre había sido.

Ya no iría hacia el instituto caminando de por el tétrico túnel de debajo de casa. Ya no me reuniría con Gin en el párking que conectaba con el garaje para que él me vendase los ojos y me llevase al trabajo. Ya no pasaría las mañanas festivas pensando en él, porque tendría todas las tardes para estar con él de vedad.

Los minutos pasaban y yo me quedé tumbada mirándole todos ellos, con la tentanción de acariciarle el cabello de un rubio casi plateado.

En el fondo me daba miedo despertarle, pero también me lo daba no hacerlo, aún sabiendo que ese ya no era el Gin que conocía, el Gin que podía destrozarme la cara de un puñetazo si simplemente le venía en ganas.

O, al menos, creí que el Gin al que había visto el día anterior era el Gin con el que a partir de ahora conviviría, pero al parecer me equivocaba porque, cuando diez minutos después se despertó, su mirada seguía siendo tan fría como siempre.

-Buenos días -susurré sin saber bien a qué Gin tenía enfrente.

Él se limitó a levantarse y a decirme con su siempre tan seco tono que me vistiese, que tenía que estar en el laboratorio a las diez.

-¿Y tú? ¿Qué vas a hacer? -pregunté intentanto no parecer demasiado confusa.

El día anterior habían pasado tantas cosas entre nosotros que apenas habíamos tenido tiempo de hablar de cómo sería ahora nuestra convivencia.

-Hace media hora que tengo que estar en un sitio. Vodka va a explicártelo todo -y se fue.

Vaya, al parecer sigue siendo el mismo Gin de antes, el mismo hombre de hielo, me pregunto si lo de ayer volverá siquiera a repetirse.

De alguna forma estaba decepcionada.

Aunque éste era el Gin por el que yo siempre me había sentido atraída, me había hecho ilusiones frente a esa faceta suya tan desconocida, tan poco confiada, que acababa de conocer.

Me volví a tumbar sobre la cama y me quedé mirando al techo.

Quizá estaba destinado a ser algo de una sola vez.

Cuando conseguí levantarme y empezar a vestirme ya eran las nueve.

A menos veinte pasaba Vodka, que vivía en el mismo apartamento que nosotros pero en una zona de él que yo jamás había visto, a comprobar que ya estuviese preparada.

-Gin me ha dicho que tú me tienes que explicar cómo van a ser las cosas a partir de ahora -le comenté mientras bajábamos al garaje.

-Joder, tan dedicado para algunas cosas y tan vago para otras, ese aniki- se quejó abriendo la puerta del pequeño escarabajo negro.

Sacó de la guantera una venda blanca y me la tendió para que me la pusiese.

De la nada eché de menos la forma firme y autoritaria con la que Gin siempre me había vendado los ojos antes de emprender nuestro camino al laboratorio.

Una vez puesta, entré en el coche con ayuda de las manos de Vodka.

-¿Y bien? -insistí cuando arrancó.

Sweet betrayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora