De entre la oscuridad de la noche su figura tambaleante y empapada en sangre avanzó hacia mí.
Sus ojos vacíos y su mirada fría me hicieron temer por mi vida. Pero no podía moverme.
Tampoco veía nada bien. Las lágrimas me impedían distinguir los cuerpos muertos de mis padres tirados en la cuneta, frente a mí.
Jamás he logrado recordar cómo llegué ahí, cómo pude presenciar esa masacre y no ser capaz de recordar nada de ello por tanto tiempo.
Sólo recuerdo que ese momento se me estaba haciendo eterno, con su larguísimo cabello rubio moviéndose de un lado a otro a cada paso, pero era como si no avanzase.
-Sherry... -musitó con voz ronca y un tono burlón.
Yo no paraba de llorar, aunque no recuerde cómo o cuándo empecé a hacerlo.
-Sherry -repitió.
Negué con la cabeza secándome las lágrimas con las mangas de la enorme chaqueta negra que llevaba puesta.
-No me llamo así -le dije ahogadamente mirando a mi alrededor, en esa oscura y vacía calle.
Él sonrió con una sonrisa vacía, llegando por fin a mi encuentro.
Se quedó unos segundos parado frente a mí y luego se arrodilló, quedando a la altura de mi pequeño cuerpo de niña de cinco años.
Su expresión era fría, su cara, salpicada con sangre, no parecía real para mí.
-Sherry -dijo por tercera vez.
Esa tercera vez me hizo enfadar, con esos enfados típicos de una niña de mi edad, que no se da cuenta de lo que acaba de ocurrir y de cómo aquello va a cambiarle la vida.
Él alzó la mano frente a mi grito de rabia, y yo giré la cabeza a un lado esperando a que me pegase.
Pero no lo hizo. Mantuvo su mano en alto varios segundos, y terminó por pasarla lentamente por mi cabeza, manchando mi cabello en sangre.
Miré hacia sus ojos, asustada.
-¿Dónde está Akemi? -pregunté como si ese hombre no supusiese un peligro para mí.
-Ahora iremos con ella -su voz era tan grave que me costaba encontrarle un tono de calidez, pero, aún así, me lo inventé, y salté a sus brazos, ahora en busca de seguridad.
Y seguí llorando.
Durante unos segundos él no se movió, no dijo nada, pero entonces noté sus fuertes brazos rodeando mi pequeño cuerpo y apretándolo contra el suyo.
Seguidamente se levantó, alzándome a mí consigo, y me colocó para que estuviese cómoda, con mi cabeza apoyada en su hombro.
Dejé de llorar, entré en una especie de estado de shock provocado por su fuerte olor a sangre, y empecé a sentirme muy cansada.
Caminó alejándose de esa macabra escena y dejando como última imagen para mis ojos antes de cerrarse, la vista completa de la calle, iluminada por una sola farola.
Y, en ella, los dos cuerpos tiroteados de mis padres.
Mientras mis ojos se cerraban, susurré:
-Gin, dile a mamá que siento haberla hecho ensuciarse.
-Tranquila, Sherry, todo irá bien. No pienso separarme de ti -su voz seguía siendo tan poco amigable...
Y entonces me dormí. Y jamás recordé con nitidez nada más lejos de aquello. Y jamás volví a ver a papá y a mamá. Y jamás volví a pasar por esa calle. Y, como me prometió, Gin jamás me dejó sola. Para nada.
*10 años después*
-¡Gin! -grité desde mi cama.
-¿Qué coño quieres? -se asomó por la puerta con su cabello rubio recogido en una cola baja.
Me reí al verle.
-Creí que te habrías ido ya.
-Entonces, ¿para qué me llamas?
-Quería comprobarlo.
Sacudió enfadado la cabeza y se fue. Salí tras suyo.
-Vístete -me dijo sin dejar de caminar y sin girarse, notando que yo le seguía.
Me miré, sí, llevaba sólo los pijamas, y ellos se resumían en un corto pantalon blanco y una camisa azul claro con transparencias.
-¿Y qué más dará? -objeté yo.
Él soltó un bufido y siguió caminado por el largo pasadizo de su casa.
-Te recuerdo que debemos ir al laboratorio.
-¿El laboratorio? ¿Y el instituto?
-No vas a ir.
-¿Cómo que no? -pregunté gritando y pasándole delante.
-Luego hablamos de ello -dijo esquivándome-. Ahora vístete rápido que yo no debería estar aún aquí.
-Joder, Gin, ¿cuándo vas a empezar a decirme las cosas claras? Llevo siendo parte de esto desde que tengo memoria, merezco algo de confianza. Ni siquiera me habéis dicho nunca dónde está el laboratorio.
Un rayo de ira cruzó la mirada de Gin.
Primer aviso.
Sabía que cuando se ponía así no debía decirle nada más, o me ganaría otra genial semana sin salir de esa casa.
O lo que fuese eso.
Porque realmente jamás la había visto por fuera.
Dejé a Gin con su siempre tan volátil humor y fui a vestirme.
Por ese entonces empezaba a hacerme preguntas a mí misma sobre mi pasado, porque se me hacía difícil vivir sin saber con certeza dónde vivía.
Llevaba, ciertamente, desde que tenía memoria bajo la supervisión de Gin, a mi hermana Akemi la veía muy poco, y, cuando podía hacerlo, alguien de la organización estaba siempre vigilando.
Jamás me atreví a preguntar el por qué de todo aquello.
Me fui creando ideas propias según cosas que oía y recuerdos vagos del día en que mis padres murieron, pero ninguna era posible de confirmar, ni siquiera podía confiar en que esos recuerdos fuesen reales y no simples fragmentos de sueños.
Y a Gin no podía preguntárselo, para nada.
Además, era incapaz de recordar a mi padres vivos, el recuerdo suyo más antiguo que tenía era el de la noche en que murieron y Gin me llevó consigo.
Así que, mi vida se resumía en incertidumbre, imposiblidad de tomar decisiones, citas vigiladas con mi propia hermana mayor y estudio.
Pues, poco después de que Gin me adoptase, fui enviada por el mismo a Estados Unidos para estudiar, donde él solía venir a ver cómo iba todo un par de veces al mes.
Luego, cuando se dieron cuenta de que mi capacidad intelectual era mucha, me volvieron a traer a Japón, donde empecé a vivir con Gin y a participar en las investigaciones científicas de la organización.
En esos momentos estaba trabajando en una importante droga, APTX-4869, no sabía para qué la querían, pero, teniendo en cuenta que básicamente yo vivía para ellos, no podía negarme.
A estas alturas la investigación no iba por mal camino, pero aún necesitaba muchas horas de trabajo para poder decidir si había estado o no perdiendo mi tiempo en ello.
-¡Sherry! -la voz de Gin tronó desde su Porsche 356-A.
-¡Voy! -contesté terminando de pasarme la bota.
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Sweet betrayer
FanfictionMi primer recuerdo claro era él, diciendo bajito mi nombre, dicéndome que todo iría bien, que estaba conmigo. Mi primer amor fue doloroso, sus labios ardían con sabor a alcohol y sus manos jamás fueron amables conmigo. Me llamo Shiho Miyano, más con...