Insistencia

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Las semanas fueron pasando.

Kudo y yo solíamos reunirnos únicamente los viernes, a las 22:30, delante del instituto.

Las notas me las seguía pasando Akai, y yo seguía evitando cruzarle la mirada.

Vi a Akemi un par de veces, ya había salido del hospital.

En ambas evitamos hablar de nada remotamente cercano a la traición que estábamos planeando.

Pero es que todo parecía estar relacionado.

El amor era lo que unía a Akai y Akemi.

Mi investigación era sobre lo que cada semana filtraba información.

Mi día a día con Gin era un secreto solo para mí.

Las dos nos quedábamos prácticamente en silencio, cómplices, comentando solo quizá lo guapa que estaba la otra o cómo era el tiempo ese día.

Quizá parecía más sospechoso eso que hablar como antes hacíamos, pero no sabíamos qué otra cosa hacer.

Las dos éramos novatas en eso.

Al despedirnos, Akemi me guiñaba un ojo como ese día en el hospital y me repetía las mismas palabras que ahora cobraban más sentido.

Yo ya no sentía tanta culpa.

Ésta solo volvía a mí cuando estaba con Gin.

Y era arrolladora.

Verle, tocarle, besarle.

Sentía corriente eléctrica por todo mi cuerpo quemándome, temiendo si no sería la última vez.

La justicia y el futuro de Akemi eran un buen consuelo para la culpa de la traición, porque debo reconocer que la sentía, a pesar de saber que eran malos, yo había formado parte de eso, había sido mi mundo, y lo estaba intentando destruir.

Pero, aún y el consuelo, no había nada que aliviase la sensación de que mi futuro iba a ser un gran agujero negro cuando todo terminase.

Sin Gin, sin mi investigación... Solo con la justicia y la felicidad de Akemi, cosas completamente ajenas a mí, cosas que solo podían ser eso; un consuelo, no placer.

Y el placer que Gin me daba... Creía que era único e irrepetible. Creía que era el máximo posible que un ser humano pudiese experimentar.

Era ciega a la idea de que aquello era malo para mí.

¿Cómo podía ser malo el placer?

¿Qué más daba si era el miedo especialmente el que me lo provocaba?

No creí que fuese algo destructivo encontrar el placer en los sentimientos negativos.

Pero lo era.

Lo estaba siendo.

Porque me estaba volviendo dependiente, ciega a la realidad de que el futuro también podía brillar para mí como para Akemi, con una pareja, con un trabajo de verdad.

Pensaba que mi vacío me había hecho insensible a todos los placeres corrientes, que ya solo el miedo podía ayudarme a sentirme llena de algo.

Pero me equivocaba.

Y esa errónea idea me estaba llevando por un camino triste y desolador.

A más estaba con Gin más culpable me sentía, y más creía necesitar que me infundiese ese miedo y esa excitación.

Quería que me pegase para pagar por mi traición, y cuando lo hacía el placer y la ansiedad se volvían uno solo hasta el punto de no saber diferenciarlos.

El placer desaparecía para mí, de mi cuerpo y de mi mente, pero yo no lo veía.

Creía que era lo correcto, creía que era el precio a pagar, creía, creía, creía.

Aquello de lo que en un principio tanto hube disfrutado estaba degenerando en un bucle de ansiedad y de sentir que no merecía algo más.

Todo por pensar que resultaría inofensivo, que abusar del miedo para sentir algo no acarrearía consecuencias, que compartir mi intimidad con alguien como Gin no sería una gran diferencia.

Pero lo era.

Gin no era un hombre. Era el diablo.

Y se notaba en todo lo que hacía, también en la cama y tratando conmigo.

El placer que le provocaba que yo fuese suya le enloquecía, y estaba bajando por el mismo bucle que yo pero en dirección contraria. También ciego, también ajeno a la toxicidad de la situación.

No veía en mí la decadencia y el malestar, los confundía con la dependencia de él que tanto ansiaba.

Y eso le volvía más y más egocéntrico, se creía omnipotente.

No podría haber esperado otra cosa de él, pero sí me arrepiento de no haberlo visto yo.

Desde el principio nuestra unión había estado destinada a la autodestrucción de nosotros mismos.

Debería haberlo parado mucho antes de lo que lo hice, me habría ahorrado tantos malos momentos, tantas veces de sentirme como que yo no valía más que eso...

Cuando él desaparecía y yo volvía a ser libre de sus garras me juraba a mí misma que estaba todo bien, que la justícia lo era todo y que valía la pena.

Extrañamente, me lo creía. Y seguía adelante. Y estaba conforme.

Hasta que volvía a verle.

Y el bucle daba otra vuelta sobre sí mismo.

Llegó un día en el que, allá por la sexta o séptima vez que nos reuníamos, Kudo me preguntó que si estaba durmiendo bien.

La respuesta era que no.

Los ya implacenteros trances se colaban en mis sueños pues no tenía la fuerza para ducharme y salir de ellos, y las pesadillas estaban siendo horribles.

Despertar por la mañana y tener sexo con Gin no era la mejor medicina para eso.

Quizá, aunque mi mente creyese que iba todo bien cuando Gin estaba lejos, los estragos que causaba cuando le tenía eran suficientes para llegar a alterar mi físico.

Estaba más delgada, con ojeras, pálida incluso.

-Estoy bien -le respondí, creyendo firmemente que así era, pues estaba salvando al mundo, era una heroína, cómo iba a sentirme mal por ello.

No era la primera vez que Kudo me preguntaba algo que yo no sabía responder, o que me negaba a hacerlo.

Pero por lo general él solía desistir y no preguntar más, pues aquella era una relación de trabajo y no había tiempo que perder en "preocuparse por el bienestar del otro" o "preguntarle por su vida".

Y, sin embargo, se me quedó mirando de un modo que sólo sé calificar como profundo.

-¿Hay algo que te ate a la organización? -preguntó esta vez.

Me quedé en silencio.

Me sentía expuesta, humillada.

Juzgada.

-¿Hay alguien que te ate a la organización? -insistió, y ese sutil cambio en cómo lo preguntaba fue crucial.

Su insistencia, su preocupación, fueron cruciales.

Fue en ese momento donde mi vida cambió por completo, se torció, dio un giro de 180° grados.

Fue por ese momento, que hoy estoy donde estoy y soy quien soy.

Gracias a Kudo.

Gracias a que no se rindió conmigo.

Sweet betrayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora