Rutina

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Cada día siguió siendo como siempre había sido. Con pequeñas variaciones.

Levantarme, buscar a Gin consciente o inconscientemente por la casa, flirtear con él hasta que se enfadaba y correr a esconderme a mi habitación con el corazón palpitante...

Pero ahí es donde mi rutina dio un cambio que para mí fue a mejor. Eso creía.

A pesar de su aparente enfado y mirada fría, Gin aparecía a los pocos segundos en mi habitación, demostrando un calor con el resto de su cuerpo que parecía casi irreal, demostrando que a él, como a mí, le excitaba la relación de yo hacerme la tonta y de él infundirme miedo que llevábamos desde mis primeros años de adolescencia desarrollando.

Enfadarse le excitaba. Ver el miedo en mis ojos le excitaba. Verme a la vez anhelando su tacto y temiendo sus golpes le excitaba.

Y a mí también. No conocía otro modo.

Me tomaba con rapidez en mi cama y al terminar desaparecía sin mucho más que otra mirada fría.

Yo permanecía unos minutos en la cama notando aún el calor entre mis piernas, la saliva en mi cuello, los arañazos en mis costados...

Solía quedarme extasiada, en una especie de profundo trance de placer y tranquilidad, sin poder moverme, sin poder pensar, solo sintiendo, sintiéndole a él aunque ya hubiese marchado.

Solo cuando el reloj ya estaba demasiado cerca de las nueve me levantaba e iba a ducharme, tristemente borrando así las últimas trazas sensoriales de que era todo real, de que mis fantasías estaban cobrando vida y que el hombre que más miedo me daba en el mundo era también el que se acostaba conmigo, dejándome sentir todo el calor de una piel que cualquiera creería helada.

Con la ducha se me olvidaba de todos modos todo pensamiento sobre Gin, borradas las trazas sensoriales solo quedaba en mí un sentimiento de deber. Deber hacia mi trabajo en la organización. Me vestía rápido y me reunía con Vodka para que me llevase al laboratorio.

Me gustaba mi nuevo puesto. Me gustaba lo rápido que pasaba allí el tiempo, lo libre que me sentía aunque fuese solo una ilusión. Libre de Gin. Mi propia dueña.

Sonará contradictorio que anhelase tanto la libertad si le deseaba a él tanto, pero creo que es muy fácil caer en este tipo de paradojas.

La libertad nunca la has tenido. La deseas porque nunca ha sido tuya. Y a él le deseas porque es tu única certeza. La única certeza en tu vida es que eres suya.

Y te gustan ambas. Te gusta ser libre y también ser dominada. Te gusta imaginar un futuro en el que no necesitas nada ni a nadie y te gusta la seguridad de que él nunca va a soltarte.

Pero eran sentimientos completamente separados el uno del otro para mí.

Solo quería esa libertad cuando estaba en el laboratorio y solo deseaba a Gin cuando él estaba cerca.

Era difícil para mí ver cuál de esos dos sentimientos era completamente enfermizo.

Volviendo a mi rutina en el laboratorio: Allí estaba muy ocupada, entretenida incluso, no había tiempo para dar vueltas y conocer a gente, pero aún así siempre que tenía un momento me escaqueaba e iba a explorar. Por algo era la jefa.

Seguía teniendo un gran interés en el hombre de cabello largo y gorro, pero casi nunca podía verle ni con mis escapadas, y cuando lo hacía algo me impedía ir y hablarle.

Gin siempre había demostrado una gran desconfianza en él, y quizá eso era lo que me atraía, pero también era lo que me impedía acercarme más.

Sweet betrayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora