El detective

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Llegamos rápido a casa y sin preámbulos empezamos nuestra parte favorita del día.

Primero sexo en el capó del Porsche, con calma. Luego, en su habitación, lo hicimos dos veces más, aumentando la intensidad utilizando uno de los pequeños látigos que usamos la noche anterior.

No fue ni cercano a lo arrollador que el previo hubo sido, pero lo fue más que todas las otras veces.

Gin y yo habíamos subido un nivel nuestra relación, no había marcha atrás en eso.

Como yo misma había observado esa mañana, el Gin aparentemente afable de la primera vez y la yo ingenua y entusiasmada no existían, ni debían existir, no les necesitábamos en eso.

Lo único que necesitábamos era el miedo. Su violencia y mi devoción.

Los sentimentalismos no eran los que avivaban nuestras sesiones infinitas.

Si de algo podía estar segura, era de que el rayo fugaz de cariño en su mirada, si existía, nunca aparecería mientras lo hacíamos.

Nosotros no éramos eso. Ya no.

Si alguna vez existió la oportunidad... Yo lo pongo en duda. Pero quién sabe. Si caí en las redes del intenso sexo que teníamos no veo por qué no podría haber caído en las del amor. Y él podría haber fingido caer. O hasta creer que caía.

Quién sabe cómo siente el demonio amor.

Cuando terminamos y Gin se fue como siempre solía, yo también me quedé en mi común estado de parálisis y calma.

Todo mi cuerpo notaba lo que acababa de haberle sido inflingido; los latigazos, los azotes, el tirarme del pelo, la penetración...

Era fascinante fijarme en todas esas motas sensitivas recorriéndome, manteniéndose en mí, muy lentamente desapareciendo...

Cada día mi trance era mayor.

Podía hacer un mapa mental de todo mi cuerpo y describir a la perfección qué sentía y dónde, con cuánta intensidad y el placer o disgusto que me provocaba.

Pero, como todas las otras veces, terminó desapareciendo por completo.

Cuando eso ocurrió, me levanté lentamente de la cama, mirando la habitación ahora iluminada por la bombilla incandescente normal, con las paredes blancas aparentemente impecables.

No parecía la habitación de alguien que había matado a tantos.

Recogí mi ropa y zapatos y me dispuse a ir a ducharme cuando de pronto noté que de entre mis cosas algo caía al suelo detrás de mí.

Era un papel.

Era el papel.

Corrí a recogerlo.

-Estúpida, estúpida, estúpida -me dije a mí misma-. ¿Cómo puedes haberlo olvidado?

Apretándolo contra mi corazón, respiré profundamente y me encerré en mi habitación para leerlo.

Gin ya no estaba pero me seguía dando miedo que pudiese llegar en cualquier momento y encontrarme con lo que fuese que era ese papel.

Pero tenía que ver con mi hermana y el hombre del gorro, así que no podía ser bueno para Gin que estuviese en mis manos.

Mi hermana era quizá lo único que podría hacerme rebelar contra la organización entera, no solo contra él de forma puntual.

Pero, debo reconocer que rezaba para que el contenido de ese papel no fuese la mecha para iniciar una revolución.

Sweet betrayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora