La nota

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Me sorprendió tanto ver esa expresión en su cara...

Cariño.

Cómo podía el diablo en persona sentir eso por nada ni nadie.

Me dije a mí misma que si no me habría confundido, pues era imposible, o al menos muy extraño, que Gin pudiese haberse encariñado de mí.

-B-buenos días -tartamudeé, incrédula, sin saber qué otra cosa hacer.

No respondió.

Se acercó a mí y me besó en los labios en un beso que no parecía especialmente apasionado.

Simplemente un beso de quien reclama lo que es suyo.

Cuando se separó le miré a los ojos una vez más.

Ese semblante casi afable de antes había desaparecido por completo, solo quedaban sus ojos fríos y unos labios sonrojados de haber besado tanto la noche anterior.

Pero yo seguía sin saber qué hacer.

Aunque hubiese sido una fracción de segundo, ese no era el Gin al que yo estaba acostumbrada, el Gin que se excitaba al infundirme miedo, el Gin capaz de matar a alguien a sangre fría solo por vernos enrollarnos en el capó de su coche.

Me recordó un poco al Gin que pude entrever la primera vez que lo hicimos, un Gin que me preguntó que qué tal estaba después de hacerlo y que entrelazó sus manos conmigo. Un Gin que a la mañana siguiente comprobé que no existía, que debía ser la pura confusión de haberse rendido a acostarse con la adolescente que vive en tu casa desde hace años. Un Gin que, si bien creí que me gustaba cuando le vi, entendí enseguida que no era el Gin que me excitaba.

Yo misma había creído ablandarme en esos primeros días.

¿Por qué, pues, volvía ese extraño y desconocido Gin después de más de dos meses?

-¿Cuánto tiempo más vas a mirarme como si hubiese matado a tus padres? -dijo de pronto con la voz completamente vacía de cualquier sentimiento, despertándome de mi monólogo interno.

Una mala broma además.

-Eh, perdón, supongo que no estoy acostumbrada a que nos despertemos juntos y no sabía cómo reaccionar.

-No vamos a hacerlo muchas veces más tampoco, no hay nada a lo que debas acostumbrarte -se levantó y se dirigió al armario, pero al de la ropa, no al de la noche anterior, para empezar a vestirse.

Me quedé en silencio viéndole cubrir su sorprendentemente musculoso cuerpo y seguidamente marchar sin decirme nada más, ni apenas dirigirme una mirada.

-Supongo que hoy no habrá sexo matutino... -bromeé con mal gusto yo también.

Cuando estuve segura de que él ya no estaba en la casa, me levanté y me fui a ducharme.

Al no haber habido ninguna clase de sexo, era muy pronto, así que cuando estuve lista me senté en el garaje para esperar a Vodka los 40 minutos que quedaban.

Me puse a pensar en la noche anterior.

Había sido tan increíble...

Pero ahora quedaba todo lejano, como si de un sueño se tratase.

Sin Gin a mi lado, sin sus cuerdas, la excitación y el placer no tenían ningún sentido.

Pensaba en la noche anterior y a quienes veía no era a Gin y a mí.

Veía a Gin y a alguien parecido a mí pero que no se sentía en absoluto como me sentía yo en ese momento.

En ese momento yo solo quería ir al laboratorio, trabajar, y volver a ver a Akemi pronto.

Fue entonces cuando volvió a mí que, según el comportamiento de Akemi, la organización debía de tener algo que ver con la fractura de su brazo.

Quería preguntárselo a alguien, quería investigar...

Pero, ¿cómo?

A Gin era imposible, probablemente solo me convencería para que me acostase con él y me olvidase del tema.

A Vodka tampoco, le era demasiado fiel a Gin.

A Burbon, ¿quizá?

¿Al hombre del gorro?

Había pocas opciones, y la organización es muy grande, no podía estar segura de que a quien preguntase lo sabría.

Vodka llegó y yo aún no tenía ningún plan fijo.

Decidí que ya pensaría en ello más tarde, ahora debía ir a trabajar.

Mi trabajo era la razón por la que la organización me necesitaba, si empezaba a escaquearme o a dar malos resultados se desharían de mí sin pestañear.

Gin se desharía de mí sin pestañear. Y eso era obvio.

No podía asegurar que esa fugaz expresión en su cara esa mañana hubiese sido real o producto de mis ojos recién abiertos, pero sí podía meter la mano en el fuego con que Gin nunca dudaría en matarme.

Podía casi notar en él como si lo estuviese deseando ya. Contando los días para terminar conmigo.

Al fin y al cabo, Gin era un monstruo. Un monstruo de principio a fin. Cualquier sentimiento que pudiese albergar por mí no sería como los sentimientos de los seres humanos cualquiera. Siempre quedaría nublado por la sed de sangre. Por la fidelidad a la organización.

Llegué al laboratorio y, como me había prometido a mí misma, me dispuse a deshacerme de todos esos pensamientos innecesarios sobre Gin y sobre el accidente de Akemi.

Tocaba centrarse.

Pero no fue fácil.

Apenas al entrar vi al hombre del gorro cerca de los pasillos que cruzaba yo cada día.

Me puse nerviosa.

Quizá solo cruzarme con él podría llegar a los oídos de Gin y hacerle enfadar.

Caminé insegura hacia él, como caminas cuando eres consciente de que te están mirando.

Él me miraba. Parecía casi que me esperase.

Cuando al fin logré llegar donde él estaba, vi dos de sus dedos tenderse hacia mí con sutileza, una nota escondida entre ellos.

-Soy amigo de Akemi. Escóndela y no digas nada a nadie.

La cogí casi por impulso, sin saber qué estaba pasando, pero al oír Akemi de su boca supe que tenía que reaccionar.

Seguí caminando sin mirarle ni mirar atrás, con la nota apretada en mi puño.

¿Qué debía haber en ella?

Me resistí a la tentación de descubrirlo enseguida.

Me centré, como había prometido, en mi trabajo.

La nota la escondí en mi zapato.

Dudaba de que nadie fuese a buscarla, pero me daba miedo qué podía pasar si alguien sabía de su existencia.

Las horas pasaron tan rápidas como siempre, pero ese día tuvimos un par de problemas críticos que nos mantuvieron a todos muy ocupados. Para cuando tocaron las seis y era hora de irme, me había olvidado por completo de la nota escondida en mi zapato.

Y ver a Gin esperándome en su Porsche no ayudó.

Prácticamente me lancé a sus brazos.

-Vayamos a casa -sonreí, inocente.

Sweet betrayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora