Amigos

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Kudo estaba de pie bajo la luz de la farola donde siempre hablábamos durante nuestras reuniones.

Pero estaba distinto.

Esa chulería y confianza que siempre rebosaba no estaban.

Lo que tenía delante mío era alguien parecido a Kudo pero con una personalidad totalmente distinta.

Antes de que pudiese acercarme más o decirle algo, Kudo alzó los ojos hacia mí.

-Siento haberte decepcionado, Miyano. Soy un fraude -fueron sus únicas palabras.

Me sorprendieron.

Y, aunque suene egoísta, también me parecieron halagadoras.

Se sentía mal por mí, no me odiaba.

Eso eran dos cosas muy distintas, y me alegraba que no fuese la segunda.

-No me has enviado ninguna nota, ¿qué haces aquí? -quise darle espacio, no preguntarle directamente por lo que había pasado la semana anterior o por su aspecto en esos momentos.

Yo sabía de primera mano lo duro que es cuando son insensibles o cuando piden de ti más de lo que en ese momento te sientes capaz de dar, aunque sean solo respuestas.

Kudo dio unos pasos hacia mí, sentí que alzaba los brazos para venir a abrazarme pero se paró a mitad de camino.

-No sé qué me está pasando, Miyano. Yo no soy así. La verdad lo es todo, siempre lo ha sido todo para mí, y sin embargo, esta vez me siento enormemente impotente. He estado a punto de retirarme de la investigación, pero ya sabes, lo he dicho, yo no soy así.

-Lo sé, no lo eres -le sonreí.

-Sabía que vendrías aquí a buscarme, Miyano. No me preguntes por qué, quizá porque sabía que así es como tú eres también.

-Sí, yo soy así -me acerqué a él y le puse una mano en el hombro, como él algunas veces me había hecho a mí.

Me sentía muy bien en ese momento.

Feliz de encontrarle a salvo, feliz de ver al fin una parte suya vulnerable, de sentir que no era yo la única que dudaba, que sentía culpa o remordimientos.

-¿Quieres hablar de ello, Miyano? -me preguntó mirándome a los ojos.

-No lo sé, quizá -fue lo único que supe responder.

Nunca me había imaginado la posibilidad de hablarlo con nadie.

Ni siquiera Akemi. O mejor dicho, mucho menos Akemi.

-Sé que odiarías que te juzgase, pero ya ves, yo también puedo resultar bastante patético a veces, te puedo prometer que nada que me digas me hará abandonarte. Voy a sacarte de esta, Miyano -sus ojos brillaban con determinación.

Hasta cuando dudaba de sí mismo podía resultar alguien confiable.

-De acuerdo -acepté.

Y lo sentí de corazón.

Sentí que ahora que él me había enseñado su parte más débil yo podía enseñarle la mía más fea.

Nos sentamos en el suelo, bajo la farola rota, como escondiéndonos del mundo, para contarle mi gran secreto.

-Empezó todo hace unos meses, quizá cuatro o cinco -empecé-. Gin siempre había sido una figura imponente para mí. Al crecer y entrar en la adolescencia sin otra referencia más que él, creo que ese miedo que él desprende empezó a resultarme atractivo. Yo solía bromear o decir cosas fuera de tono para hacerle enfadarse. Y me ponía que lo hiciese. Me ponía mucho. Él nunca me hizo demasiado caso. Quizá en esos momentos yo estaba demasiado segura de mí misma y de mi juventud como para resultarle atractiva. O eso fingía yo. Porque él se terminó dando cuenta. Se dio cuenta de que yo en realidad temblaba como un cordero cada vez que estaba cerca de él, y que eso era lo que me ponía tanto, y él descubrió que a él también le gustaba. Empezamos a acostarnos. Las primeras veces fueron cada una de ellas bastante distintas, digamos que hubo una aclimatación. Pero cuando pillamos el ritmo no hubo vuelta atrás. Era adictivo y no hacía más que escalar. Llegamos a hacer cosas de las que no me siento capaz de hablar ni en un millón de años, cosas que creo que ni tú enseñándome tu parte débil sería suficiente para que no me sintiese un monstruo en comparación. Porque así me siento. Me siento patética, Kudo, siento que me he metido en algo de lo que no puedo salir. Siento que no hay futuro para mí, siento que he estado siempre vacía y que Gin es el único capaz de cambiar eso, capaz de que al menos no lo parezca. Estos meses han sido los mejores meses de mi vida, y no sabes lo patética que me siento al decirlo. No hay salida para mí. He hecho cosas imperdonables con un monstruo. No hay nada que pueda hacer para cambiarlo.

Terminé llorando.

Y Kudo cogiéndome de la mano.

-Entiendes que esto no era una relación, ¿verdad Miyano? -me preguntó con toda la delicadeza que pudo-. Tienes 15 años y él es prácticamente quien te mantiene con vida alimentándote y dándote un sitio en el que dormir. Este miedo que te infunde y que tú crees que te gusta, es abuso. Gin está abusando de ti, tú no tienes la culpa, debes entender eso.

-No sé si puedo creerte. Él nunca me obligó a nada. En todo caso yo lo inicié todo. Cómo no voy a sentirme culpable.

Kudo siguió insistiendo:

-Gin te dobla la edad. Gin podía elegir ignorarte y dejar que todo quedase en solo fantasías. No eres tú quien posee una poderosa arma como es la capacidad de infundir miedo.

Sus palabras en ese momento no me convencían, aunque un día llegarían a hacerlo.

De todos modos decidí seguirle la corriente y fingir que me redimía con mi pasado.

-¿Puedo saber cómo llegaste a la conclusión de que Gin y yo teníamos algo? Me gustaría saber cómo piensa el gran detective del este -bromeé, ya sin llorar.

-La verdad es que me avergüenza bastante admitir que ignoré todas las señales demasiado tiempo, porque las hubo. Los ocasionales moretones que a veces podían verse en tu piel indicaban abuso de algún tipo de por sí, pero no eran cruciales pues en una organización así la violencia es más que común. Quizá lo que te delató fue lo detallista que eras al hablarme de todo sobre tu día a día, salvo de los momentos que pasabas a solas con Gin. Sé bien que te pedí, te insistí incluso, que quería información sobre los quehaceres de Gin, pues Akai tiene un acceso muy limitado a ellos, y aún así me dabas muy poca información y cuando lo hacías eras poco precisa, como si te diese miedo desvelar algo junto con lo que decías. No te comportabas igual hablando de todo lo demás, así que supe que fuese lo que fuese lo que pasaba, Gin estaba involucrado. Supongo que solo supe que ese algo y esa persona era abuso y era Gin cuando uní las piezas al verte la semana pasada. No sabes lo mucho que siento haberte dejado tanto tiempo sufriendo algo así, no haberlo parado antes...

-Pararlo, eh... -me quedé uno segundos pensando.

¿Habría realmente terminado?

Kudo había estado a punto de rendirse precisamente por eso, porque desvelar la verdad no implicaba poder ponerle fin al problema.

Y, ¿era realmente un problema?

Yo le estaba siguiendo el juego pero no creía que lo mío con Gin fuese el problema.

El problema era yo.

Haber elegido a quien elegí, haber dejado que las cosas llegasen tan lejos hasta como para sentirme dependiente, puede que hasta mi incapacidad por separar el sexo totalmente casual, porque eso es lo que era, de una traición totalmente necesaria y justa, que provocaron en mí una gran ansiedad y culpa que solo trajeron problemas para mí y para Kudo.

El problema era yo.

Eso creía firmemente.

Ni siquiera el sexo violento que pocos minutos antes había tachado de vergonzoso era el problema.

Mucha gente tiene sexo violento.

Pero ellos son capaces de separar esa violencia de lo demás. Ellos no necesitan la violencia para simplemente sentir algo.

Ese era también mi problema.

-Miyano -su voz me sacó de mis pensamientos-, si Gin vuelve a intentar tocarte, dímelo. Puedes confiar en mí. Esta vez no voy a fallarte. Todo terminará bien. No volverá a hacerte daño.

Hacerme daño... qué ridiculeces decía Kudo, pensaba yo.

Si todo el daño me lo había hecho sola, creía.

-¿Siempre te metes de forma tan personal en todos tus casos, Kudo? -le pregunté, no para molestarle, sino porque honestamente quería saberlo.

Estaba prometiéndome muchas cosas, no parecía típico de un detective serio de renombre.

-No, es solo porque creo que eres mi amiga, Miyano -respondió, de forma totalmente sincera, mirándome a los ojos y apretando mi mano.

Amigos...

Era el primero que tenía.

Me hizo sentir... feliz.

Sweet betrayerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora