54. Desorientado

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Al pasar la noche en la academia de Atalana, no descansé mucho la verdad. Después de haber vuelto de aquella dimensión en que vi a April más grande, lo único que pude hacer fue dormir. Sin embargo, tuve muchas pesadillas de las que prefiero no hablar.

Al día siguiente, ni siquiera vi a los York o a otros miembros de la alianza porque me fui bastante temprano. Algo me decía que debía volver a casa cuanto antes, así que así lo hice. Cuando llegué a las academias en Alana, no había noticias nuevas. Sin embargo, tenía el presentimiento de que algo malo ocurriría y eso solo me estaba poniendo más nerviosa.

Lo único que había podido hacer en todo el día había sido estar sentada en uno de los sofás del salón de mi academia, tan solo observando el techo.

—Camille —dijo Blas entrando al salón.

—¿Blas? —pregunté sorprendida—. ¿Cuándo llegaste?

—Esta mañana. Ya pude resolver los temas pendientes que tenía con el señor Smith. Al parecer, los hechiceros son más estrictos de lo que parecen.

—Entonces, ¿vuelves definitivamente? —pregunté emocionada.

—Sí. Ahora si que no te librarás de mí tan fácil.

—El que no se librará tan fácil de mí eres tú.

—Sé que me extrañaste —dijo sonriente.

Se sentó a mi lado y acomodó una pierna sobre la mía, lo cual me hizo reír un poco. A pesar de ser una acción tan simple me hizo sentir nostálgica.

—Por supuesto que sí. Eres como mi otro yo —dije bromeando.

—Hablando de otro yo —dijo algo serio—. Traje esto.

Metió la mano por la parte de dentro de su chaqueta de la alianza y sacó la daga que le habíamos pedido cuidar. Sin pensarlo dos veces, saqué la daga mata ángeles de mi bota y la sostuve frente a él.

—Aún sigo pensando —dije.

—¿En qué?

—En qué hacer con ellas. Creo que lo mejor es que sean destruidas, ¿no crees?

—Yo creo que en algún momento serán útiles.

—No me digas que le agarraste cariño a un objeto lleno de magia negra, Blas.

—Es como mi mejor amiga —dijo riendo.

—Te pasas, Blas O'Donnell. —Golpeé ligeramente su brazo y reí—. Hablando en serio, Will me dijo que esta daga me pertenecía ahora, lo cual es extraño y aun no me lo creo. Sin embargo, quemó a Will una vez, lo cual me sorprende.

—Ves. Es obvio que alguna función deberán cumplir.

—Sí, pero mi punto es que es peligroso que ambas dagas estén aquí. Azrael las quiere y sé que es capaz de venir por ellas.

—¿Crees que deberíamos esconderlas?

—Deberíamos enviárselas a Mia —dije.

—Pero ella no quiere involucrarse en nada de esto y lo sabes. Es por su bien y el de su bebé.

—Tienes razón.

—Lo mejor es que estén dónde podamos verlas. Es mi mejor consejo.

Asentí ligeramente y luego suspiré abrumada. Aún tenía esa extraña sensación de que algo ocurriría y nada ni nadie podría quitarme de la cabeza aquel pensamiento intrusivo.

—He pensado que...

—¡Camille! —gritó alguien desde el pasillo, interrumpiéndome.

Era Will. Podía reconocer su voz donde fuese, pero lo que más me preocupaba era que estuviera gritando como loco porque él jamás actúa así. Cuando Blas y yo nos pusimos de pie, él ya estaba dentro del salón. Estaba pálido y se veía desorientado.

Los Caídos #6 - Ángel de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora