55. Heridas que aún no sanaban

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Los chicos habían llegado a la conclusión de que era mejor que todos volviéramos a casa. Oliver, Adam, Francis, Will y yo volvimos en el auto en el que vinimos, mientras que Tristán, Mia y Blas se fueron en su auto. Después de la triste noticia que me dio Will, no pude decir ni hacer absolutamente nada más que subirme al auto y esperar a que por fin nos fuéramos.

Durante el viaje, Francis y Will, cada uno a mi lado, tomaron mi mano para darme apoyo. Sin embargo, yo permanecí allí en medio como una estatua. Cuando llegamos a las academias, bajé en absoluto silencio y caminé sin siquiera esperar a los demás.

—Camille... —dijo William.

Sin dar la vuelta, le hice una señal con la mano para que me dejara sola. Necesitaba un momento para procesar lo que había pasado. No quería entrar a las academias porque de seguro Cristal o Jasmine me preguntarían qué pasó y no tenía ánimos de hablar.

Comencé a caminar en dirección al bosque tan solo dejando que las emociones que estaba sintiendo en aquel momento me guiaran. Era difícil para mí pensar que había perdido a Clemente, mi padre, después de que fue tan difícil conocerlo. Lo amaba, aún lo amo, y sentía que esta nueva herida no podría sanar nunca. Ya había perdido a un padre una vez, así que esto era mucho por sobrellevar.

Había estado caminando por varios minutos, mientras pensaba en él, hasta que me di cuenta de que había llegado al lugar menos pensado. Justo ahí, frente a mí, estaba aquel mítico árbol, aquel que alguna vez me dijo que yo era la responsable de la vida de mis amigos.

Sentí como si todas las ganas de llorar que había acumulado de pronto quisieran salir sin control alguno y lo hicieron. Las lágrimas salieron, pero también mis gritos de dolor, aquel dolor que he cargado por años pero que jamás había sido capaz de dejar salir.

De pronto, todo mi cuerpo comenzó a arder; mis brazos, mis piernas, mi pecho y mi cabeza eran la central de una energía que jamás había sentido en la vida. Pude sentir y ver cómo mi cuerpo comenzó a expulsar fuertemente energía azul directo hacia el árbol frente a mí. Era un tono de azul diferente al que estoy acostumbrada; este era más brillante, pero a la vez un tono más oscuro.

La energía salía de mi como si mi cuerpo fuera una fuente infinita de un poder que podría destruir todo a su paso. Aquella energía era impulsada por mis emociones incontrolables, por aquellas heridas que aún no sanaban. Sin embargo, sabía que debía detenerme o algo malo podría ocurrir.

El árbol seguía consumiendo todo aquello que le estaba dando y se iluminaba como nunca antes, mientras que yo solo podía ver imágenes de distintas versiones de mí. Lo único que había a mi alrededor era energía azul hasta que poco a poco todo fue tomando forma.

La energía dejó de emanar de mi cuerpo y ya no estaba en aquel bosque junto al árbol. Me encontraba en una habitación blanca, la cual tenía un sofá y una mesa a un lado en la que había una lámpara encendida. Del otro lado de la habitación, estaba él y no creía lo que mis ojos veían.

—Camille —dijo él.

Sonreí ligeramente porque me puse feliz de verlo, pero no pude acercarme a abrazarlo. Se veía tan lindo allí, vestido con un traje blanco con botones dorados característico de los ángeles. Era extraño que estuviera vestido como ángel siendo un caído.

—Hija —dijo sonriendo.

Me acerqué poco a poco, intentando asentar en mi cabeza el hecho de que estaba ahí vivo junto a mí. Él también se acercó, tomó mis manos y las acarició ligeramente, lo cual me hizo sentir relajada.

—¿Estás realmente vivo?

—Sí, lo estoy —dijo con voz suave—. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Cómo te permitieron entrar?

Los Caídos #6 - Ángel de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora