Capítulo 23

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Melifluo

Mientras el desespero asfixiaba a Naruto en la sala de su casa, Sasuke finalizaba el día laboral. Apagó la computadora y organizó sus cosas en el escritorio, escuchó los gritos animados de los demás, que decidían a qué restaurante ir a comer barbacoa. Susurró una maldición al ver a Suigetsu acercarse hacia él con esa sonrisa esperanzada y fiestera.

—No me veas así, sé que crees que vine a pedirte de rodillas para que vengas con nosotros a comer carne—dijo en tono indignado.

—Pero...

Suigetsu resopló—. Pero, seguramente ya tienes planes con Naruto—susurró lo último con un poco de picardía.

Sasuke le dirigió una mirada de advertencia y sus labios se torcieron en una sonrisa sin intención alguna de querer esconderla. En cierto modo, Suigetsu estaba en lo correcto. Volvía a casa cada noche sabiendo que no le esperaba un silencio envolvente y una terrible sensación de soledad. Sólo los besos cálidos y los cómodos brazos de un chico rubio.

—Esta y todas las noches que siguen—Sasuke tomó sus cosas, listo para retirarse.

Suigetsu entrecerró los ojos y se cruzó de brazos, mientras el pelinegro pasaba de él y salía campante de la oficina, simplemente no lo podía creer. ¿Tanto podía cambiar una persona gracias a otra? Sasuke siempre fue difícil de tratar, incluso ahora, él parecía ser el de siempre; esquivo, reservado y aguafiestas... pero ahora, sus hombros se miraban menos rígidos, su rostro estaba más relajado y ahora respondía menos tosco que antes.

Juraba que había cierto tono burlesco y juguetón en sus palabras. Y no podía estar más que agradecido con Naruto por eso, el nuevo Uchiha Sasuke se veía realmente feliz.

Para sorpresa del cobrador de tarjetas, el camino a casa fue inusualmente corto, y por más que no quería hacerle caso a su negativo presentimiento, sabía que algo malo sucedería; como si alguien estuviera acechándolo y en el momento en que menos estuviera prestando atención a su alrededor, saltaría sobre él para llevárselo al mismísimo infierno... o algo como eso.

Por alguna razón, el cantar de los grillos era más fuerte esa noche, era como un sinónimo de advertencia. Entró al edificio y tomó el elevador con aquella sensación incómoda, manifestándose en su estómago como un dolor punzante que incluso, sólo por un momento, confundió con el nerviosismo. Sasuke supo, en cuanto tocó la puerta un par de veces, que esa emoción escalaba un nivel más más allá de simples cosquilleos nerviosos. Escuchó a Naruto quitar el seguro de la puerta y cuando por fin la abrió, un delantal color rosa y una maraña de cabellos rubios despeinada le esperaba.

Sasuke se acercó con la intención de besarlo, pero la mano de Naruto se interpuso entre sus labios y los de él, lo que hizo que frunciera el ceño y de verdad empezara a preocuparse.

—Tu mamá está aquí—susurró tan bajito como pudo.

Él observó al rubio, cuyo rostro se encontraba bien y sin ningún rastro de genuina desesperación —cosa que no entendía porque Mikoto Uchiha estaba ahí adentro—, salvo los restos de harina en sus mejillas y en la comisura de sus labios, todo parecía ir sin problemas.

—¿Que mi mamá qué?—susurró, tenía que preguntar de nuevo porque no podía asimilar la información todavía. Naruto tomó su mano y lo arrastró dentro del departamento.

—Me enseñó a cocinar un bizcocho con conserva de frutas, ¿no te parece genial?—él le empezó a narrar cómo su madre lo había llevado a un viaje gastronómicamente dulce, y de nuevo arrugó la frente mientras era guiado a la cocina, donde su madre se movía de un lado a otro como un hada pastelera.

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