44: Flores

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Antes de darme oportunidad de arrepentirme mi madre decidió ir a verla, hasta que se alistara fui donde mis hermanos, solo estaba mi tío lo cual agradecí

-¿Y cómo te fue?- preguntó apenas me senté

-Iremos ahora mismo a verla- comenté átona, para mi sorpresa su expresión no denotaba tranquilidad

-Así que Sol consiguió lo que quería- sopesó

-¿Y no querías que arregle las cosas con ella, qué me esforzara?- le cuestioné confundida

-Querida sobrina, no entendiste como creí- lamentó mientras me daba a Karen que jugaba con un sonajero

-Evidentemente no- murmuré 

-Yo te recomendé esforzarte por amor pero el que debes tener hacia ti, si no querías ir debiste mantenerte firme en tu decisión- dijo con una firmeza suave, como es de costumbre en él. A pesar de eso me sentí avergonzada pues yo entendí al revés

-Ya ni modo, ya accedí- farfulle algo molesta, él hizo un gesto mostrándome comprensión

-Tenlo en cuenta de aquí en adelante- decretó y yo asentí mientras intercambiábamos bebés que al parecer ya estaban cansados de estar aquí

-¿Qué tal si los llevamos al patio?- sugerí

-Claro, ya ninguno aguanta más aquí- reímos y bajamos con ellos en brazos hasta llegar al patio, una esquina estaba adecuada para ellos, los soltamos y gatearon lo más rápido que pudieron hasta su piscinita de pelotas, el escenario perfecto para otra foto

-Yeri, ya estoy lista- apareció avisando mi madre, yo con actitud resignada me despedí de mi tío y camine hasta donde ella

-Cualquier cosa le avisas a Susana o Damián, cuídate Fabián- mientras mi madre se despedía de mi tío intercambiaron unas miradas extrañas, diría que hostiles pero nos fuimos sin más

“Oria Aller Duval, amada hija y un recordatorio de que la vida es un suspiro”

Eso decía la lápida de ella, sinceramente no recordaba quien había dado la última palabra para la descripción de eso pues los días del velorio y entierro fueron un caos.

Mi madre con unos trapos la limpiaba, también cambió unas rosas que aunque no estaban en mal estado ella quería poner unas que había comprado, jazmines, las favoritas de ella según mi mamá; yo solo observaba todo el ritual parada a su lado, sentía el pecho comprimido de la incomodidad, para tratar de calmarme agarré las rosas, me puse a mirarlas y sacarles los pétalos

-Hija, me hubiera gustado que lo escuches más de mi y aunque eso físicamente ya no es posible, espero que donde quiera que estés, lo hagas y me perdones, traje a tu hermana…- y su voz se quebró del llanto que soltó, me asustaba verla así, pocas veces la había visto llorar, nuestra vida no había sido perfecta pero si lo suficientemente cómoda

-Mamá, pensaba que no creías en fantasmas- opiné, su mirada fue de enojo

-Desde que ella se fue quiero creer que es así

-Eso es un consuelo deprimente- apenas dije eso me mordí la lengua pues creo que me pase de la raya.

Mi mamá cerró los ojos un momento y procedió a replicarme

-Yeray, te traje para tratar de ablandarte el corazón, no para que me lo trates de endurecer a mí- y se viró a seguir arreglando la tumba y secarse sus lágrimas.

Yo mejor seguí desarmando las rosas cuando sentí algo raro en los tallos, al principio creí que eran las espinas pero al fijarme tenían algo tallado, la acerqué y tenía una “I”, otra una “y”, la siguiente “O” y la última un corazón.

Amor traumático Donde viven las historias. Descúbrelo ahora