Capítulo 2

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La ira, los celos y el alcohol son muy malos consejeros


Los Araujo se bajaron de sus monturas y se acercaron a la pareja de recién casado.

Los tres hermanos pertenecían a unas de las familias más poderosas de la región. Don Lorenzo Araujo era dueño de numerosas tierras y casi de todo el pueblo de San José y sus alrededores, él gozaba de gran prestigio y respeto; adonde llegaba un Araujo era causa de admiración; los hijos del hacendado era los hombres más admirados por las jovencitas, no había ninguna que se resistieran a sus encantos, todas suspiraban por ellos, eran varones recios y su imponente presencia robaban suspiros por donde pasaban.

Antonio era el que causaba mayor admiración entre las muchachas y las no tan jovencitas, más de una casada y alguna que otra viudita disfrutaron de una canita al aire.

No obstante, como pasa constantemente en la vida, aunque tengamos todo el mundo a nuestra disposición siempre hay algo que deseamos y no podemos tener y para Antonio había una obsesión que tenía nombre y apellido, Micaela Mattordi.

Estaba enamorado de ella y era uno de esos amores que enferman, que no dan paz ni sosiego, la deseaba con tal desesperación que casi rayaba en la locura.

Cada vez que tenía oportunidad se le acercaba y siempre recibía la misma respuesta y el mismo trato.

—¿Cuántas veces tengo que decirte Antonio que no quiero ir contigo a los toros coleados*? —le preguntó Micaela cansada del asedio del joven.

—Esta noche voy a participar y quiero es estés allí, para dedicarte el trofeo que ganaré para ti mi reina.

—No quiero que me dediques nada yo tengo novio y no le gustan esas cosas.

—Ese patiquín es un imbécil que no sabe cuidar como se debe a su hembra, tú lo que necesitas es a un hombre —la agarró por la cintura y la pegó a su torso y la besó a la fuerza, ella forcejeó con él por unos segundos luego se relajó en sus brazos y él fue soltando el agarre y comenzó a disfrutar de esa boca deliciosa con la que soñaba noche y día, acarició ese cuerpo que lo buscaba en cada mujer con la que estaba, la ensoñación se le terminó cuando sintió el mordisco en su labio inferior seguida de una cachetada. Que le dejó la mejilla ardiendo como las ganas por esa potra.

—No quiero que vuelvas a tocarme —le gritó enfurecida Micaela. —La próxima vez te va a ir peor.

—Tú vas a ser mía como que me llamo Antonio Araujo. —Le respondió él con resentimiento, la única mujer le calentaba el cuerpo y el alma, pero también la que lo despreciaba.

Una noche estaba bebiendo en el bar de Clara el lugar donde se reunían los hombres del pueblo después de un arduo trabajo en el campo iban y se relajaban, no solo se le ofrecían unas cervezas bien frías, sino también lo usaban para jugar bolas criollas*, Dominó, Ajiley*, inclusive el juego de Truco* cuando se encontraba en el establecimiento el oriental* Eustaquio, como ese momento, por lo que los gritos ensordecedores se escuchaban hasta en la plaza del pueblito.

—Ven a mí que tengo flor — dijo Eustaquio en un tono moderado a su compañero, que entendió la seña y lanzó una carta que sutilmente le pedía.

—Flor tengo —respondió el contrincante imponiendo fuerza en su voz.

—La mía quiere y envía 5 piedras —contesta Taco soltando su carta, ya todos en el bar saben que están jugando Truco.

—Quiero la falta—contraataca el jugador.

Unos cuantos minutos después:

—Truco —soltó el oriental a toda voz, había tal griterío que cualquiera que los escuchara pensaba que estaban a punto de armarse la Sampablera*

Entre el Amor y el OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora