Capítulo 41

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Verónica se hundió en el agua, dejando solo su cabeza afuera, como si de un cocodrilo se tratara, su corazón retumbaba a lo loco.

—Me parece que esta ropa es tuya —La voz ronca y varonil del desconocido sorprendió a la joven que lo miró atentamente con curiosidad.

Era un hombre alto, de cabellos castaños, en ese momento tenía una sonrisa ladeada, que le daba espléndido, era muy guapo aunque no podía definir sus rasgos por la distancia.

—Ponga mi ropa en su lugar y váyase. —Le gritó ella en un vano intento de alejar a aquel hombre.

—¿No te han dicho que una muchacha sola no debe andar por allí bañándose desnuda? — Preguntó él.

—No estoy desnuda y no estoy sola, mis tres hermanos están buscando un novillo que se escapó.

Ella pidió perdón internamente al Señor por mentir, pero era eso o su honra.

—Me sentaré aquí a esperar a tus hermanos entonces, para que me expliquen como es que se colaron en Los Sauces sin permiso y dejan a su hermana sola.

Ya los dedos de los pies y de las manos comenzaban a engarrotarse y este hombre parecía tener toda la paciencia del mundo, o quizás esperaba para hacerle daño.

—Váyase, yo le diré a mis hermanos, que luego vengan y se reúnan con el dueño de la finca, ellos son de mal genio y si lo ven aquí con mi ropa en su mano es capaz que usted resulte herido. — Volvió a mentir.

— Creo que me arriesgaré, tengo demasiada curiosidad por conocerlos — Verónica notó cierto toque de humor en su voz, aunque su rostro permanecía impávido. —¿Cómo se llaman tus hermanos muchacha, de que finca provienes?

Ella enmudeció, pues no tenía idea de lo que iba a decir, porque si decía una familia y él la conocía, quedaría expuesta y sabría que estaba sola.

— ¿Cómo voy a revelarle información, si ni siquiera sé quién es usted? Fácilmente, podría ser un cuatrero que se ha colado en estas tierras.

Él rió por lo bajo.

—Yo soy Jared Montenegro.

Verónica abrió los ojos de par en par y el pánico se apoderó de ella.

—Oh Dios mío —susurró, ese hombre era el temible Jared Montenegro, el que odiaba la sangre Araujo más que cualquier otra cosa.

—Señor Montenegro, deje mi ropa en su lugar, una vez que yo me vista, le explicaré, todo ¿Le parece?

—Ya te dije mi nombre ¿Cuál es el tuyo?

—Se lo diré si me promete que me concederá lo que le pedí.

Él la escudriño atentamente.

—De acuerdo.

La muchacha rezó para que él no hubiera escuchado su nombre antes.

—Me llamo Verónica.

Jared frunció el ceño y no dijo nada más, dejó la ropa en su sitio y se alejó.

La joven respiró aliviada, esperó un rato, observó los alrededores, al ver que Jared no estaba por allí, nadó rápidamente a la orilla, cogió su vestido y se lo puso aceleradamente, se colocó las sandalias, agarró el libro y salió corriendo como si su vida dependiera de ello. Su respiración se encontraba agitada, más aliviada, pensando que había dejado al hombre atrás, pero de un momento a otro, escuchó los cascos de unos caballos.

Verónica intentó correr más rápido, lo que le permitía sus fuerzas, pero él le dio alcance y cuando se vino a dar cuenta fue derribada sobre la yerba, el cuerpo macizo de Jared Montenegro se encontraba encima de el de ella.

Su respiración era agitada por el esfuerzo y por ser capturada por ese hombre.

—Suélteme, no me haga daño —lloriqueó la joven asustada.

—Quieta, no te muevas —Le dijo en un tono peligrosamente bajo.

Jared se quedó viendo a la chica detenidamente, su cabello era de un caoba claro, a juego con una impecable piel de porcelana y unos carnosos labios del color de las rosas. Era preciosa, de nariz pequeña y recta. Y sus ojos, ¡cielo santo!, eran magníficos de un singular tono marrón, enmarcados en densas pestañas oscuras.

Ella se removió y él salió del trance.

—Así que tú eres la Araujo que está viviendo en mi casa, la santa.

Ella lo miró desconcertada.

—¿Lo sabes?

—Lo supuse y ahora tú me lo estás corroborando Verónica Araujo.

—No me hagas daño —le volvió a suplicar.

Él hizo una mueca de disgusto.

—Yo no soy como los de tu familia. —Se quitó con cuidado encima de ella y se sentó a su lado.

A Verónica le dolió el comentario.

—Lo siento, es que se dicen tantas cosas —respondió Verónica incorporándose.

La joven se quedó mirándolo, era el hombre más guapo que había visto en su vida, de rasgos fantásticos, se fijó que sus cabellos le llegaban más allá del cuello. Los pantalones le abrazaban los musculosos muslos hasta perderse en sus botas de cuero. Entrecerró los ojos mientras la miraba y ella sintió una sensación por todo su cuerpo como nunca antes, ni siquiera con aquel sinvergüenza que la engañó.

—¿Qué se dice, que odio a los Araujo? —Preguntó Jared con curiosidad — Es cierto a cada uno de ellos.

—Yo no los odio a ustedes, a pesar de que se dice que tu familia lleva a cuesta la sangre de mi padre.

Él alzó una ceja.

—Se hizo justicia.

—La justicia la imparte Dios, no los hombres.

—Dios ha puesto en manos de los hombres la ley para que la apliquemos, ojo por ojo y diente por diente, también sé de la escritura, santita.

—No me digas así. —Replicó ella —Soy una novicia, no he tomado los votos y si los hubiera tomado tampoco sería una santa —le dijo molesta.

—Lo siento, debe ser pecado hacer enojar a una novicia, entre otras cosas...

Sus ojos eran hipnóticos, pensó Verónica y de repente se sintió azorada y nerviosa por estar sentada al lado de Jared Montenegro a mitad de la nada y casi cayendo la tarde.

—Debo irme —se levantó rápidamente.

Jared también hizo lo propio.

—Espero volverte a ver Verónica Araujo... Ah lo olvidaba, si es verdad que vives bajo mi propio techo.

Ella lo miró a los ojos y su mirada la desconcertó, porque había cierta malicia que en lugar de asustarla provocó en su cuerpo algo diferente, salió corriendo con el corazón agitado, tratando de alejarse de ese hombre que la afectó más de lo que hubiera deseado

Entre el Amor y el OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora