Capítulo 17

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—Esa hija mía me va a volver loco —dijo Antonio hecho una furia.

En la finca los hombres se encontraban disperso, ya que el ganado estaba en el abrevadero y otros hallaban con Alejandro inspeccionando los linderos de la hacienda a donde también se dirigía Luis Fernando cuando Andreína llegó de repente indicando que había sufrido una lesión en el pie, por eso la joven se localizaba en el piso y el capataz solo corroboraba lo que ella con artimañas femeninas le decía para capturar su atención.

Luis Fernando al ver la cara de María Victoria intuyó que algo había ocurrido, de inmediato dejó a Andreína tirada en el suelo y fue hasta la impetuosa joven, pero ya se había marchado.

—Ve tras ella —le gritó Antonio.

Él respiró profundamente y apretó los puños, luego asintió, llamó a Julio y tomaron el otro rústico que estaba en el estacionamiento y salieron de El Morichal.

María Victoria iba manejando, pero las lágrimas de rabia nublaban su vista, a Dios gracia que por el camino era muy pocos los vehículos que transitaban, solo aquellos que tenían grandes haciendas o los que visitaban el pueblo, eran los que poseían automóviles.

Los lugareños se trasladaban a San Juan de los Morros la capital del estado llanero en un autobús que pasaba solamente dos veces al día, quien se montaba en aquel trasto, estaba dispuesto a que los cagaran o los picotearan las gallinas y soportar el hedor de algún cerdito que transportaban en el rapidito, así llamaban al autobús; una pequeña broma de la gente, porque un viaje a San Juan duraba dos horas y medias, en el rapidito cinco horas.

Razón por la cual María Victoria iba confiada de que no se encontraría a nadie por esa solitaria carretera, después de una larga recta llegó a una intercepción, un letrero doblado y con las letras descoloridas informaba que a la derecha se encontraba Dos caminos y a la izquierda Río Verde, como a Vicky ese anuncio le parecía igual a que estuviera escrito en chino porque no conocía los dos lugares,

se decidió por el que sonaba más bonito y, por lo tanto, cogió hacia Río Verde.

Siguió el camino con el pie hundido en el acelerador tardó al menos media hora en llegar a un poblado, el pueblo de Río Verde no era muy diferente al de San José, eran dos o tres calles de tierra, la gente sentada a las afueras de su casa pendiente de la vida del otro, porque como le encanta un chisme a la gente de esos pueblos, es su única diversión. A la joven estaba comenzando a entrar en pánico ya que todos se le quedaban viendo de una manera extraña y pensó que, si alguien la reconocía y hablaba con los Montenegro, estaría en serios problemas.

Siguió conduciendo sin saber a dónde iba, llegó al final del camino y vio un enorme caudal de agua y supuso que era el famoso río.

En ese lugar no había nadie y se sintió más tranquila, se bajó del vehículo y se sentó en la parte delantera del rústico a observar las tranquilas aguas del río, unos minutos después se aparecieron cuatro hombres con aspecto desaliñados, uno de ellos tenía una botella con un licor transparente, lo que normalmente bebían los llaneros, aguardiente. Vicky se le erizó la piel, porque vio las malas intenciones en sus rostros, uno de ellos sonrió y le recordó a Patricio ya que tenía en los pocos dientes que le quedaban la sustancia marrón a la que le llamaban chimó.

Ella se bajó de la parte delantera de la camioneta y caminó sigilosamente hacia la puerta del vehículo para marcharse, pero uno de los hombres le bloqueó el paso.

—¿Para dónde vas bonita? —le preguntó

—¿Qué hace una muchacha tan bonita sola por estos lares? —preguntó otro.

Entre el Amor y el OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora