VII. ADDISON

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Capítulo 11:

Tener diecinueve años es complejo. Supongo. No sé lo que es tener diecinueve años —ni dieciocho, ni diecisiete, ni dieciséis—. Pero pensar en eso me hace recordar que he perdido gran parte de lo que debería ser «la mejor etapa de mi vida», por lo que intento no hacerlo tan a menudo.

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Caminar por las calles de una ciudad que no se parece ni de lejos a las ciudades principales de AIDH me hace reflexionar, pero aún no entiendo cómo acabé metida en medio de todo esto. En un principio solo buscaba a una persona, que sin quererlo se convirtieron en tres, y luego matar criminales se hizo una costumbre.

Creo que merezco estar encerrada en mi habitación mientras veo alguna película triste y lloro porque me rompieron el corazón, porque estoy segura de que no pude haber tomado tan malas decisiones como para merecer estar encerrada en una ciudad llena de criminales que buscan matarme. El asesinato es, otra cosa que ya debería entender; otra cosa que he sentido, pero a la que no sé cómo reaccionar: la primera vez que maté a alguien, tenía diecisiete años y luego sentí que no podía respirar. Parecía simple solo presionar un gatillo; y pensé qué si todo el mundo lo hacía, no había una verdadera ciencia detrás de eso. La verdad es que es cierto, es tan simple como presionar un gatillo, lo complicado es lo que pasa después. No dormí por un mes luego de eso, pero al menos no estaba sola. La segunda vez que maté a alguien creí que sentiría lo mismo, pero fue una sensación de pesadez diferente: se sentía igual de mal, pero lo superé más rápido. La tercera vez no me sentí mal, pero estaba asustada, sola y perdida. Mayor de edad, con tres crímenes graves y sola en una ciudad desconocida eran tres factores que me hacían pensar que había muy pocas probabilidades de sobrevivir un año; pero de todas formas sigo aquí.

No sé cuándo dejé de contar a las personas, tal vez en la quinta o sexta, pero sé que me ayudó a superarlo. Porque en el fondo, todos nosotros somos iguales. A veces, en las noches en las que no puedo dormir pienso que, si es que esta ley desapareciera de repente y el estado decidiera asesinar a todos los criminales, también me asesinarían a mí. Y también pienso en que eso es lo único que he hecho en mi vida. Le he roto el corazón a dos personas; esa es otra cosa que he hecho en la vida. Es la única huella que voy a dejarle a las personas que me conocieron

Todo esto es aterrador, pero incluso ahora, la adrenalina de que podría ocurrir algo en cualquier momento me genera ese toque de emoción necesaria para seguir caminando. Todo es un constante ciclo que vuelve a iniciar cada vez que cambio de ciudad, pero esta ciudad es diferente, porque es la ciudad en la que decidí tener un lugar estable —al menos por un par de días al mes o quizás al año—.

Tras un par de minutos llego a un edificio: alto y frío entre las calles grises y oscuras de Sindsro —algo que siempre me transmitió más paz de la que debería—. Son el tipo de calles por las que nadie pasa si no es absolutamente necesario.

Me adentro en el edificio sin pensarlo demasiado.

—Buenos días —saluda alguien en la recepción. No lo reconozco por el poco tiempo que paso aquí, pero supongo que es el conserje del edificio.

—Buenos días.

Subo por las escaleras con el objetivo de ser captada por la menor cantidad de cámaras posibles y camino hacia mi departamento con un ritmo tranquilo.

Mi departamento no ha cambiado en nada; ¿y cómo podría? Lo he visitado tres veces en los últimos cinco meses y ni siquiera suelo dormir aquí. Hoy no será la excepción, no hay que ser muy inteligente para saber que el primer lugar donde van a buscarme es en mi departamento.

Sigo el camino hasta mi habitación para buscar todo lo que necesito: Una habitación llena de balas y ropa tirada por ahí no es lo que más me representa, pero tal vez tenga tiempo para ordenar un poco cuando no tenga a diez agentes del gobierno buscándome.

AIDH: un nuevo orden mundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora