9. Turbulencia

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15 mesas antes, sobrevolando el océano Pacífico

Sasha Greyson

Una oportunidad en un millón.

Una oportunidad por la que muchos matarían.

Una oportunidad de renacer del caos en el que me caí hace tanto.

La primera mitad de setiembre se pasó tan rápido ante mis ojos, pero yo sigo cuestionándome si ha sido esta la decisión correcta. Suena estúpido que siga deliberando en mi mente el mismo asunto. Los contratos fueron firmados, las maletas hechas y las lágrimas derramadas cuando me despedí de mis padres en el aeropuerto. Debería de avergonzarme el solo pensar deshacer esta decisión luego de tanto. Además, Leonor se fue de Londres sin mirar atrás. ¿Por qué no puedo ser como ella? Claro, yo siempre quise ser como ella, pero solo fui una mala copia.

Mis lamentos se escapan a través del suspiro que exhalo y desaparece tan rápido como las nubes pasan a través de mis ojos que intentan seguirlas por la ventanilla del avión. Se supone que estoy dejando Londres para tener la oportunidad de reiniciar mi vida como me venga en gana. Aquí nadie me conocerá, podría ser quien yo quiera... Sin embargo, si un día, quizá el menos pensando, ella y yo nos encontramos por cosas del destino. ¿Se decepcionaría al no reconocerme como la "nueva yo"?

Jamás me había sentido tan perdida como ahora...

- ¿Qué tal está su bebida?

- ¿Ah? Amm...

Balbuceo ante la inesperada pregunta de la aeromoza que estaba pasando por el pasillo con el carrito de comida.

- Umm... Buena. Está buena -me limito a decir con una falsa sonrisa-.

- Pues no suena a que esté convencida de su respuesta -responde con cierta gracia-.

- Me hubiese gustado algo más fuerte.

Piensa por unos segundos, para luego ofrecerme una pequeña botellita de whisky, la cual acepto sorprendida.

- No se lo diga a nadie.

- A nadie -exclamo igual de sonriente que ella-.

Entonces, la veo continuar con su paso por los siguientes asientos. Imagino que debo de lucir lo suficientemente pálida como para que la aeromoza me ofrezca algo de alcohol. Destapo la botellita -la cual después de todo era vodka- y la echo en el vaso de jugo de naranja con hielo que estuve tomando. Sin embargo, el repentino impacto de turbulencias contra el avión provoca que derrame una buena cantidad del líquido sobre la bandeja del asiento. Al instante dejo el envase y me abrocho el cinturón. Dos segundos después dan el anuncio de que el capitán está solicitando que todos se abrochen los cinturones. No sé por qué me sobresalto. Tampoco es que sea la primera vez que experimento las corrientes de aire en un avión. Pero claro, ando sensible y ansiosa por este gran paso en mi vida al mudarme a Tokio por 6 meses. Tampoco es que sea una eternidad. Para la primavera, ya debería de estar en Londres...

- Descuide. Son normales las turbulencias cuando se sobrevuela el Pacífico por el oeste.

Exclaman a mi lado. Dejo de beber mi mezcla de naranja y vodka para girarme hacia la voz masculina que me habla. El asiento del costado está ocupado por un hombre metido en sus 30, bastante atractivo, alto, de cabellos rebeldes en tono caoba brillante y unos penetrantes ojos grisáceos me observa con ciertos indicios de gracia.

- Además, mi esposa dice que los aviones quieren quedarse en el aire y por eso tiemblan cuando están por llegar a su destino.

- Cuánta razón tiene ella. Ha de ser una mujer muy inteligente.

SuspiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora