Tokio, invierno de 2025
Sasha Greyson
Pensar que hace solo una media hora atrás estábamos en una discoteca en el centro de Tokio bailando como un par de trompos. Había que disfrutar del viernes por la noche. ¡Y de qué forma lo estamos disfrutando! Aunque técnicamente ya no es viernes sino la madrugada del sábado, y ahora ya no me parece tan buena idea el haber aceptado el caprichito de la española por salir de fiesta esta noche.
Necesitaba despejar mi mente. No ponerla en blanco, pero sí en orden. En teoría, funcionó en un inicio, pero dadas las circunstancias que se enmarcan en las paredes de esta habitación...
No lo sé... Si no me hubiese dejado convencer, estaría durmiendo de lo más tranquila en esta misma cama. O también, comiéndome la cabeza por todos esos pensamientos de arrepentimiento por lo que hice y no hice respecto a mi ex: la señora Adler.
Suspiro.
Mientras sus dedos acarician con suma coquetería a mi vientre, no puedo dejar de pensar cómo es que me en redé con ella. Ahora que lo recuerdo, ¿dónde estará la española? Ojalá que Nina regrese temprano a su habitación. La chica no sabe ni decir "hola" en japonés, menos pedir un taxi hasta aquí. Tampoco es que yo sea su niñera, pero de una u otra manera, me siento responsable por su seguridad.
Umm... Esa podría ser una buena excusa para deshacerme de mi "invitada". Pero también está el riesgo de se ofrezca a acompañarme de regreso a la discoteca. Nunca se sabe. Hace tiempo que yo no hacía esto de "tener sexo casual". ¿A quién se le hará ocurrido llamarlo así? Suena tan estúpido como si no significase nada el follar con otra persona.
Sus caricias no incrementan en intensidad sino en suavidad y ternura. Mierda. Las cosas se están saliendo de control. Ya debo de parar esto o a mis preocupaciones, le tendré que sumar innecesariamente otra más.
Estoy segurísima de que esta rubia me repitió su nombre unas veinte veces, pero no me interesó memorizarlo -ni siquiera por la hora y media desde que nos conocimos en la fiesta-. No me he vuelto fría durante este tiempo viviendo en Asia, pero desde que me besé con Enchantress, mi vida había recuperado bastante fulgor embriagado por la pasión.
Yo tenía que recuperar y comenzar a vivir como la soltera que soy. Con Miller no hemos sido novias jamás, nos besábamos, cariñábamos, hacíamos el amor -claro, hemos tenido sexo más veces que hacer el amor-, pero jamás nos hemos dicho "te amo". Eso protege a nuestra "libertad" de besar o tirarnos a quien nos dé la gana. Sé muy bien que ella aprovecha sus viajes para "pasarla bien". Y yo hago lo mismo con sus ausencias cuando me quedo en Tokio, pero estos últimos meses, la carga laboral había apaciguado a mi libido. Hasta hace una semana exacta cuando a la señora Adler se le ocurrió aparecerse en mi vida por casualidad o encaprichamiento del destino.
Tengo la regla de jamás pisar una discoteca o bar en donde a las personas que van se les "etiqueta". Detesto que a la gente se les llame de una u otra manera. Así que mis "invitadas" siempre las encuentro en un lugar estándar como la invitada de esta noche.
Todo empezó porque la española se sentía como leona enjaulada desde la semana pasada en que aterrizó en Japón. Yo ya la había llevado a los lugares más turísticos como la zona Shinjuku que es famosa por sus rascacielos. Luego paseamos por los callejones Omoide Yokocho y Kabukicho, en donde el olor a comida te atrapa de inmediato. Las brochetas de pollo a la parilla -yakitori- acompañadas de buena cerveza japonesa, sake, te tentaban a no irte temprano de esas callejuelas. La mañana libre que tuve el miércoles la invertí en llevar a Nina a conocer la hermosura del parque Yoyogi -aunque en primavera los árboles de cerezo lo hacen lucir como el Edén- y el santuario Meiji. Por supuesto, también le dedicamos un par de días a irnos de compras a la calle Takeshita. Allí puedes encontrar todo tipo de estilos de moda sin nunca cansarte de comprar. Solo harás pequeñas paradas en las cafeterías y restaurantes que abundan tanto como las tiendas de ropa.
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Suspiro
RomanceUna discusión sin sentido provocó que Leonor perdiese sus alas. Desde ese día, Sasha no ha podido tener una noche sin que las pesadillas y la culpa le roben sus sueños. El castigo autoimpuesto fue permitir que Leo se casara: renunciando así al amor...