22. La Querida

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Tokio, enero de 2026

Leonor Kyle

Si no fuese porque tengo motivos muy fuertes para justificar mi infidelidad, me atrevería a pensar que Tanya anda enamorándose de la francesita de cabellos rubios que trabaja con ella en el proyecto de California. No es que mi esposa se la pase hablando la excelente e inteligente trabajadora que es la rubia, pero cada vez que hace un comentario, en sus ojos observo el mismo brillo encantador que poseen los de Sasha cuando me mira.

Hace unos cuántos días, ella llegó a Tokio para nuestra sorpresa -incluyo a Sasha porque teníamos otros planes para este fin de mes- pues no me había avisado nada ni dado pistas. Pero quizá debí intuirlo dado que el próximo fin de semana serán los desfiles de la Rakuten Fashion Week aquí en Tokio. Lo que no me imaginé fue que mi esposa aceptara la invitación como modelo internacional dado que su agenda laboral en California nada repleta. O, puede ser, que ando tan distraída de mi matrimonio que ni cuenta me di de las cosas que me ha ido contado Tanya durante este mes.

De cualquier forma, teniéndola aquí a mi lado, debo de actuar como la esposa abnegada que tanto espera la sociedad. Los lentes de las cámaras de las revistas sociales están sobre nosotras apenas ponemos un pie fuera del hotel. La prensa sabe que la top-model Tanya Adler anda por Tokio en estos días, así que acechan a toda hora. Sin embargo, ello no impide que yo pueda seguir haciendo mi vida más o menos como antes. Es decir, salir a trabajar, almorzar con mi esposa, y, después, irme a correr por la noche en solitario. Bueno, casi en solitario, si no fuese porque el plan es encontrarme con Sasha.

No sé muy bien si me siento mal por estar engañando y traicionando a Tanya. Es obvio que no la odio ni la detesto. La quiero muchísimo, me lo paso bien con ella en cada situación en la que estamos, pero... Al lado de Sasha todo es diferente, menos nosotras que seguimos siendo las mismas universitarias inmaduras que se conocieron hace ya varios años atrás.

Adoro que las luces interiores en el estadio siempre estén apagadas. La única iluminación es la del cielo nocturno que apenas te permite distinguir las gradas en las tribunas -lo cual dificulta que alguien nos saque una fotografía a lo lejos-. Sash siempre es la primera en llegar al estadio. Ella primero hace una visita rápida al departamento de Himiko en donde se cambia su ropa de trabajo por una deportiva. Podría hacerlo en el hotel, pero no queremos provocar sospechas en torno a que ambas salimos al anochecer con atuendos deportivos.

El silencio y la oscuridad son nuestros cómplices cada anochecer. El corazón golpetea con fuerza contra mi pecho y costillas mientras más me acerco a Sasha. Subimos y bajamos las gradas desde dos puntos opuestos en el estadio. ¿La razón? Por si a mi adorada esposa alguna vez se le ocurre seguirme hasta aquí no encontraría nada extraño en mi entrenamiento. Hasta ahora no ha sucedido aquello, pero me gustar ser mal pensada.

Nuestra rutina en paralelo nos lleva como 90 minutos. Suficiente tiempo para estar seguras de que nadie nos está vigilando entre las sombras. El cuerpo ya lo tengo envuelto en una fría capa de sudor y el costo por respirar cada vez es mayor. Echo una desconfiada mirada a las tribunas por si alguien más está ejercitándose esta noche. Ya nos ha sucedido tener que compartir nuestro lugar de citas con otras personas. Es un lugar público después de todo.

Sin embargo, esta nochecita solo es para nosotras dos. Así que levanto un brazo y lo agito para indicarle a Sasha que ya es hora de detenernos. Las piernas no me dan más y me dejo caer en uno de los asientos para descansar mientras ella se acerca desde varias hileras de distancia.

Cada una de estas citas comparten la misma ansiosa ilusión de tener un tiempo a solas para hablar, reír, acariciarnos y besarnos. Pero también está el temor de por fin ser descubiertas. Aunque también ese miedo nos produce una deliciosa y adictiva adrenalina que nos impulsa a tener más citas clandestinas.

SuspiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora