A veces el destino suele ser muy cruel. Te pone trabas e incluso hace que el camino de Kagome Higurashi termine al lado del zorro mágico Tomoe.
¿Podrá Nanami recuperar a su amado kitsune? ¿O InuYasha podrá aceptar que Kagome lo ha olvidado?
Naraku...
¿Alguna vez te ha pasado que algo no cuadra con tu entorno?
Kagome se sentía así, desde que la barrera del tiempo se abrió debajo de sus pies, se sintió tan rara al viajar de la mano junto al kitsune de ojos violetas. La luz rosácea lo había iluminado de una manera tan especial, que sintió mariposas revolotearle traviesas en el estómago, al verlo tan bello.
Tomoe era una criatura preciosa, legendaria y de cuentos japoneses que solo existían en la fantasía. Y sintió que sus mejillas ardieron al observarle con muchísima más atención, él no la miraba directamente al estar concentrado en la sensación que provocaba atravesar la barrera del tiempo.
Los cabellos de ambos regresaron a sus espaldas, cuando se supieron en el Sengoku y sin poderlo evitar. Kagome sintió que su corazón latió rápidamente al mirar al youkai.
—¿Estás bien? —preguntó este, provocando en la joven un estremecimiento al sentir la gravedad de su voz.
"Es como cuando InuYasha me hablaba..."
Pensó y abrió los ojos con sorpresa... InuYasha... el motivo por el cual viajaba entre las eras. Y repentinamente se sintió mal por no haber pensado durante todos esos días en el hombre mitad bestia, Tomoe ocupaba su mente la mayor parte del tiempo.
—Eh... sí, sí... vamos—dijo la chica, desviando la mirada en otra dirección para que el zorro no pudiera notar el cambio de humor en ella.
Tomoe la miró y levantó una ceja al no comprender exactamente qué pasaba con ella, aunque sonrió con orgullo al verla sonrojarse un poco. Sin pedirle permiso, se acercó, tomándola de la cintura.
—¡E-espera! ¿Qué estas ha-haciendo? —preguntó la joven con sorpresa por el repentino acercamiento.
—Vamos—sonrió Tomoe al percatarse del aroma dulzón que la joven despedía. Le dio un poco de cosquillas en la nariz, pero supo que ese cambio en la chica se debía a él.
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Los muchachos se encontraban en la aldea de la anciana Kaede, no podían seguir el viaje, pues sin Kagome no tendrían muchas posibilidades de encontrar fragmentos de la Perla de Shikon. Además, durante esos últimos días, InuYasha había estado bastante malhumorado.
—¡Feh! ¿Qué te hace creer que estoy celoso? ¿Qué tonterías estás diciendo, Miroku? —preguntó el peli plata de mala gana, cruzado de brazos y mirando mal al susodicho.
—No son tonterías, InuYasha—contestó este con mucha tranquilidad, removiendo el estofado de carne y verduras que la anciana Kaede había dejado cociendo a fuego lento—. Pero... ¿No se te hace raro que la señorita Kagome no haya regresado antes de lo esperado? Además... ¿También no te llama la atención que Tomoe-san haya desaparecido al mismo tiempo que la señorita?
El hanyou gruñó molesto. ¡Claro que había pensado en todas las posibilidades que Miroku le planteaba! No había querido decirle que no pudo atravesar el pozo, lo había intentado todos los días para traer a Kagome de su época y seguir con la búsqueda. Y odiaba la posibilidad de que el monje libidinoso tuviera razón.