prólogo

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PRIMAVERA/VERANO 2003

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PRIMAVERA/VERANO 2003

El vecino nuevo está llorando.

Sentado en el peldaño a la entrada de su casa con las mejillas llenas de lágrimas, y no importa lo mucho que sus sucias manos traten de limpiarlas, estas vuelven a empaparse rápidamente. Sus hombros se sacuden por los sollozos.

Nadie sale a ayudarlo.

O al menos preguntarle qué le ocurre.

Mamá salió a trabajar hace unas horas, y nos prohibió a mi y mi hermana poner un pie afuera de la casa hasta que ella llegara por la tarde. No dejó las puertas exactamente cerradas por completo, dice que confía en nosotras lo suficiente como para no desobedecerla, y que en caso de que haya una emergencia, debemos tener una forma de salir de la casa.

Frunzo los labios y me pongo de puntillas, mi nariz pegada al vidrio de la ventana de mi habitación, para tratar de ver mejor si es que la Sra. Crawford saldrá a buscarlo o no.

El niño y su hermano menor se mudaron a la casa del lado hace dos días.

Llegaron en un auto negro enorme, con ventanas tan oscuras que no se podía ver nada hacia el interior. De este se bajaron dos hombres. Uno era el chófer, un hombre de cabello blanco, el cual se dedicó a bajar maleta tras maleta del auto sin decir nada, y el otro era un señor un poco más joven, llevaba puesto de esos trajes elegantes que usan los hombres de negocios en las películas, y gafas de sol, incluso si era de noche y no las necesitaba.

Los tres entraron a la casa de la Sra. Crawford una vez que el chofer terminó de sacar las maletas del auto. Eran más de las que pude contar desde la ventana de mi habitación en el segundo piso de la casa, pero Quinn, que duerme en la planta de abajo con mamá, dice que fueron dieciséis.

Quinn no es demasiado buena con los números, así que no creo mucho sus palabras.

Le dije a mi mamá sobre los vecinos nuevos una vez que nos sentamos a cenar un poco más tarde, y ahí fue cuando ella nos dijo que la Sra. Crawford ya no podría cuidarnos más porque tenía otras cosas de las que encargarse por un tiempo.

Ahora, el hombre de traje y gafas de sol acaba de marcharse. Sé que le tendió al niño más pequeño una caja con algo, pero al otro chico, al que se encuentra sentado en la entrada de la casa, solo le susurró algo en el oído y le dio unos golpecitos en la cabeza.

El muchacho no se puso a llorar hasta que el auto desapareció al doblar al final de la calle.

—¿También lo viste? —pregunta Quinn corriendo hasta donde estoy yo.

—¿Qué cosa?

—El vecino nuevo —dice ella apuntando por la ventana—. Lleva llorando por como cinco horas.

—Solo minutos, Quinn. La Sra. Crawford ya saldrá a buscarlo.

O eso espero.

Es lo que haría mi mamá. Ella siempre dice que odia vernos llorar, que le rompe el corazón.

'tis the damn season || ESPAÑOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora