Introducción

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¿Sabes qué es sentirte en el paraíso para luego caer de cara en el suelo? Pues yo si lo sé, y de la peor manera.

Muchos podrían pensar que mi vida no era tan buena, pero para mí, era lo mejor que podría desear.

Mi padre, era el caballero más famoso de todo el reino (aunque en realidad nadie sabía que era mi padre), había peleado en incontables batallas y vencido toda clase de bestias y cosas como esa, pasaba mucho tiempo lejos de casa, pero era el padre más atento, y el esposo más maravilloso que había conocido.

Mi madre, con quien vivía en un reino vecino, era la mujer más amable y encantadora del mundo, amaba a mi padre con locura, y no le importaría esperar mil vidas, con tal de ver a su esposo volver sano y salvo a casa.

Yo era el niño más feliz del mundo (a pesar de que mi padre nos escondía, pero sólo lo hacía para protegernos) tenía muchos amigos y a los mejores padres de todo el mundo.

Pero claro, tenemos que llegar a la parte en la que ya nada fue tan perfecto.

Mi padre había pasado meses sin regresar, y a mi madre le preocupaba, yo no estaba muy al pendiente de eso, era un niño que sólo se interesaba por jugar, pero eso no significaba que no extrañase a mi padre.

Una tarde un mensajero del rey al que mi padre tanto le había servido, llegó con una carta y una expresión triste, que no tardó en contagiarle a mamá. Esta leyó la carta con rapidez, para luego echarse al suelo a llorar, yo no entendía lo que pasaba, pero fui a abrazarla y me explicó

Mi padre se había ido, y no regresaría jamás.

Dos años después mi madre ya se había recompuesto, aunque no del todo, sus ojos seguían teniendo esa tristeza que probablemente se quedaría ahí para siempre. Y ahí fue cuando todo empeoró.

Lo recuerdo vagamente, no sé si se debe a que era un niño, o a que tal vez mi mente se había obligado a borrarlo, pero la única imagen que hay en mi cabeza de ese día, es de nuestra casa ardiendo en llamas, y yo, lloraba en el pasto a unos metros de ella sin nadie que me consuele.

Un tiempo después una anciana me recogió y me ofreció trabajar en el castillo del reino en el que vivíamos. Me pareció una buena oferta, un techo, comida, y tal vez algo de dinero no sonaban tan mal para un niño de 10 años que ya no tenía nada. Jamás mencioné quien era mi padre, cuando me preguntaban por ellos sólo respondía que habían muerto.

Luego la conocí a ella.

Tan educada, tan hermosa e inalcanzable. Y lo digo porque era nada más y nada menos que la princesa, la única hija del rey.

Con el pasar de los años ella se volvía cada vez más hermosa y delicada, yo en cambio era un flacucho desgarbado, pero había heredado el encanto de mi padre.

Ella nunca supo de mi existencia, ya que como era de esperarse el rey no la dejaba acercarse a los sirvientes, hasta un día que las cosas dieron un giro inesperado.

Los pasadizos del castillo [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora