1. Reflejo.

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Yukishiro observó con atención cómo las gotas de lluvia golpeaban contra la ventana. Anonadado con la manera en que las nubes tiñeron poco a poco el cielo en distintos tonos grises, y lo odiaba, porque justo de ese color era su vida.

De pronto, las voces de dos compañeros de clase llamaron su atención y por eso viró la cabeza, escuchando lo que estaban diciendo con notable entusiasmo.

—... y la manera en la que el Yasuo se murió… —dijo el más regordete, riendo a carcajadas, con una mano sobre su estómago.

—Cierto, eso fue muy patético de su parte —secundó su amiga, sonriendo ampliamente—, pero estuvo divertido, para la próxima podríamos invitar a los demás.

Yukishiro desvió la mirada, con esta ahora fija sobre su pupitre. Ellos lucían tan felices, tan animados, mientras que él lucía apagado, aburrido, con su estúpido cabello negro alborotado, con esas feas ojeras, con su piel tan pálida como la de un muerto. No tenía nada a su favor, ni siquiera sus asquerosos ojos verdes.

De repente, el aula se vio iluminada por una luz, seguida de un estruendoso trueno que retumbó entre sus oídos. Se sobresaltó, apretando sus manos con fuerza mientras cerraba los párpados. Estaba temblando, cuando su mente lo transportó hacia aquel lugar oscuro y húmedo, donde reinaba la soledad, donde el único sonido, aparte del de los truenos, era el de su voz rota ante el llanto, haciendo eco entre la desgastada madera. Una gota de sudor frío se deslizó por su sien y suspiró profundamente, contando del uno al diez en su mente en un intento por calmarse.

La puerta se abrió de golpe, llamando la atención de todos los presentes, incluida la suya. Y apenas al abrir los párpados, sus ojos se encontraron con los del intruso. Apartó con rapidez la mirada de aquel que se mostraba tan alto e imponente, con su cabello rubio hacia atrás, con piercings adornando sus orejas, sin el típico blazer rojo del uniforme, que dejaba ver un tatuaje de dragón a lo largo de sus bíceps marcados. «V-Vaya, que miedo...», pensó, volviendo a mirarlo lentamente.

—¿Qué modales son esos? —espetó la señorita Smith con el ceño fruncido, cruzando los brazos.

—Disculpa —respondió el intruso tras suspirar, rascándose la nuca.

—La mujer también suspiró y se acomodó las gafas. —Bien, de acuerdo. Entre, pero le recuerdo que llega tarde. Espero que sea la última vez.

El muchacho siguió las órdenes y se paró frente al escritorio, con ambas manos en sus bolsillos como si nada le perturbara.

—Jóvenes, este es Kurt Forest. Acaba de ser trasladado aquí, así que llévense bien con él. ¿De acuerdo? —dijo, con una mirada inquisitiva que los hizo encogerse sobre sus asientos.

—Sííííí, maestraaaa —contestaron algunos al unísono, bastante desganados.

—Forest, tome asiento en donde más se le haga cómodo —dijo la maestra, volviéndose a la pizarra para terminar lo que estaba escribiendo.

Kurt observó el lugar un momento y caminó hacia el pupitre tras Yukishiro, mientras que el mencionado estaba cabizbajo y con el ceño fruncido, volviendo a sus pensamientos, incapaz de entender por qué siempre terminaba en el lugar más oscuro.

—Bien, háblenme del último libro que leyeron —habló la maestra, observando a cada estudiante con atención—. Copper, ¿tiene algo que aportar?

Yukishiro se paralizó, apretándose las manos debajo de la mesa, incapaz de respirar cómo era debido. Por esta, y otras razones, creía que la maestra lo odiaba.

—N-No… —respondió, temblando. A decir verdad, quería hablar sobre lo último que leyó en la biblioteca, pero era un inútil, un estúpido sin valor alguno.

Incurable ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora