8. Oscuridad.

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El cielo nocturno se extendió sobre Yukishiro, una cúpula oscura salpicada de estrellas, proporcionando un escenario tranquilo y sereno. Una sensación de paz indescriptible lo envolvió, algo que no había experimentado en mucho tiempo. A pesar de las dificultades presentadas, reflexionó sobre lo inesperadamente divertido que fue el día, y una sonrisa tímida se dibujó en su rostro.

Al regresar a su hogar, la realidad sombría volvió a su encuentro. Abrió la puerta, revelando un espacio desprovisto de color y vida. Sin puerta en su cuarto, sin ninguna nota vibrante, solo el recordatorio constante de su tormento. Al sacar el único pijama que tenía de su armario, la opresión en su pecho se intensificó de repente.

Memorias de un niño encerrado en ese lugar lo asaltaron, marcado por rasguños en la puerta y el eco persistente de sus propios sollozos. El dolor en sus manos, resultado de golpear la puerta con desesperación una y otra vez mientras gritaba por ayuda. Yukishiro cayó de rodillas, temiendo no ser capaz de escapar de toda esta locura.

Llevó sus manos temblorosas a su rostro, intentando ahogar las lágrimas que amenazaban con desbordarse y a pesar de sus esfuerzos por ponerse de pie, sus piernas no le respondieron. De repente, su celular vibró y al sacarlo de su bolsillo se encontró con un mensaje reconfortante de Kurt, quien le aseguraba que todos los días serían así mientras estuviera presente en su vida. Una sonrisa silenciosa se formó en su rostro mientras respondía con un simple gracias. Luego inhaló profundamente, como Kurt le había enseñado.

El ritual de la noche continuó. Colocó su pijama sobre el colchón, bajó al primer piso, recogió botellas de alcohol y colillas esparcidas por el suelo, limpió la mesa y barrió con urgencia, incapaz de apartar la mirada del reloj. Con el corazón latiendo con fuerza, se encaminó al baño para darse una ducha rápida.

Al salir, apurado y ansioso, se vistió, para luego empezar a cocinar, pero su atención se desviaba constantemente hacia el reloj. Su corazón se aceleró con cada segundo que pasaba, hasta que la puerta principal se abrió, y el mundo pareció detenerse.

—Sí, sí, lo dejé sobre el escritorio... —La voz llegó desde la sala, claramente inmersa en una llamada.

Yukishiro retiró rápidamente su mano de la estufa, sintiendo el ardor quemando su piel. Se apresuró a echarse agua fría, apretando los dientes mientras soportaba el dolor, como siempre lo hacía.

Aún apurado, Yukishiro apagó el fuego con manos temblorosas y dispuso la cena sobre la mesa. Su tía, ya sentada, lo observaba con una mirada penetrante que le hizo tensarse.

—¿Por qué tardaste tanto? —inquirió la mujer, repiqueteando sus dedos impacientes en la mesa—. Es increíble que nunca hagas nada bien, siempre tan inútil.

—E-Estaba haciendo mi tarea... —respondió, titubeando, cabizbajo.

Un manotazo de su tía a la mesa hizo que él temblara aún más.

—¡Me importa una mierda tu tarea! —exclamó ella, fulminándolo con la mirada—. Yo debo ser tu prioridad, lo sabes, y aún así fallas.

—Lo siento, haré lo que digas —murmuró él, mordiendo su labio inferior.

—Deja de disculparte, sabes que eso me asquea —masculló su tía, tomando asiento una vez más—. Recoge tu comida y tirala a la basura. Hoy no cenas, es tu castigo por todo lo que ha ocurrido estos días.

Yukishiro abrió los ojos sorprendido, pero simplemente asintió en silencio y se retiró a la cocina. Allí, apresuradamente, comió mientras contenía las lágrimas. Una risa resonó a su lado, y al girar la cabeza, vio a su tía de pie, con los brazos cruzados. Dejó el plato en la encimera y cerró los ojos, esperando el inevitable golpe que nunca llegó. Al abrir los ojos, ella estaba frente a él, imponente en su altura y dominio.

Incurable ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora