5. Desgaste.

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Kurt se despidió de Yukishiro en la entrada de su casa. Mientras Yukishiro caminaba, la vorágine del día resonaba en su mente. Anhelando olvidarlo, pero eso resultaba imposible. No pudo comprender de dónde sacó la fuerza para enfrentar a Tyler.

Al abrir la puerta de su casa, el murmullo de la televisión y el penetrante olor a alcohol lo recibieron de inmediato. Yukishiro se paralizó al escuchar el crujido del sofá, los pasos acercándose, cada uno más amenazante que el anterior.

—Recibí una llamada de la escuela —explicó una voz femenina, fuerte e imponente.

—L-Lo siento, no quise… —murmuró, sin distinguir la silueta en la oscuridad.

La mujer rió, aproximándose más y descargó una bofetada que resonó en la sala. Yukishiro sintió que le faltaba el aire, incapaz de contener las lágrimas.

—Eres un inútil —espetó con furia—. Por tu culpa tengo que faltar al trabajo por la mañana. ¿No te das cuenta de los problemas que causas?

—Perdóname, p-por favor —sollozó Yukishiro, aferrándose a la tela de su blazer como si fuera un escudo.

—¡¿Solo sabes decir eso?! —Lo agarró del cabello, obligándolo a encontrarse con sus ojos fríos y vacíos, que lo hacían estremecer—. Lo siento, perdóname. ¡Me das asco!

Las lágrimas de Yukishiro brotaron con más intensidad, aferrándose a la mano de su agresora, esperando en vano que lo soltara.

—Inútil —escupió antes de soltarlo, haciéndolo chocar contra la puerta—. Date prisa y haz la cena. ¡Ahora mismo!

El sonido de su mandato retumbó en la estancia mientras Yukishiro se enderezaba, temblando. En su rostro se dibujó una mezcla de dolor físico y emocional, pero también una resignación familiar.

Caminó hacia la cocina, donde las sombras conspiraban con sus miedos. La noche se cernía, igual que la opresión en su pecho. Mientras preparaba la cena, se preguntaba cuánto más podría soportar esta tortura constante y cómo encontraría el coraje para enfrentar la oscuridad que habitaba en su propio hogar.

Mientras tanto, en el hogar de Kurt, la intensidad de la discusión entre él y su hermana alcanzó su punto álgido. Su madre, en un rincón, observaba en silencio, con una expresión de preocupación marcada en su rostro.

—¡Estás loco! —exclamó ella, señalándolo con vehemencia—. ¡¿Quieres que te expulsen de nuevo!?

—¡Maldición, no! —Golpeó la mesa con fuerza, apretando sus puños en un gesto de frustración.

Un instante de silencio tenso llenó la habitación, solo roto por el sollozo apagado de la madre que, con lágrimas en los ojos, intentaba calmar la tormenta que se desataba en su hogar.

—Por favor, ya paren —susurró, rogando.

Ambos hermanos se miraron entre sí, compartiendo un suspiro que llevaba consigo la pesadez del arrepentimiento. Al unísono, pronunciaron esas dos palabras que, aunque simples, llevaban consigo la promesa de intentar reparar el daño: —Lo siento, mamá.

Después de las disculpas compartidas, el ambiente en la casa se tornó más sosegado, aunque aún flotaba la tensión en el aire. Se sentaron en la mesa de la cocina, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

La madre, intentando restablecer cierta normalidad, sirvió té caliente y lo colocó frente a ellos. Las tazas se posaron en la mesa con un susurro, rompiendo la calma con su fragilidad. Kurt, con gestos cansados, se pasó una mano por el rostro, reflexionando sobre sus propias acciones.

—Kurt, necesitas controlar tu temperamento —dijo su hermana con tono serio—. No podemos permitirnos más problemas.

—Tienes razón —asintió, reconociendo la validez de sus palabras.

Incurable ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora