Capítulo VIII

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Mientras tanto, en la otra esquina del continente, otra historia tiene su comienzo.

Ya era medio día y los fuertes rayos del sol chocaban contra los vastos campos del Reino de Inarizaki. Los trabajadores sudaban del trabajo arduo.
El Reino nunca había tenido un gobernante ni un rey, solo un jefe en común, quien era elegido por los habitantes cada 6 años para asistir a la Asamblea entre Reinos. La persona que ahora estaba encargada era el respetable Kita Shinsuke. A pesar de ser tan joven ya era digno de su trabajo. Este joven, con un cabello que sería lo opuesto al de Bokuto (blanco y puntas negras, pero bien peinado y con flequillo), era la perfección misma. Siempre sereno y tranquilo, con una sonrisa en el rostro, decidido a hacer un trabajo bien hecho. Era amable con todos, y todos lo querían y respetaban. A pesar de ser el jefe del lugar, trabajaba al igual que todos los demás en un campo de arroz. Y cómo lo disfrutaba.
Cuando se percató de que ya era medio día, se quitó los guantes, se secó el sudor y se dirigió al "cuartel general", como lo había llamado uno de sus compañeros a una humilde casa de madera donde atendía todos los asuntos políticos y económicos del reino. No era muy grande, pero estaba para que viviera y trabajara en ese lugar. Ese día tenía una visita importante, por lo que comenzó a limpiar su área de reuniones.

En el norte del reino, en el distrito 11, una carreta de carga dirigida por un chico joven con cabello puntiagudo y flequillo atravesaba las carreteras que se extendían por todos los campos de cosechas. En él, una carga importante.

Llegando casi al centro del reino, ingresaron en el distrito 8.
En el campo ya todos se habían retirado a tomar su almuerzo... Todos menos uno. El que se había quedado trabajando bajo el intenso sol de mediodía era un muchacho robusto, de cabello rubio y rapado por detrás y a los lados, flequillo cayendo levemente sobre su lado derecho del rostro. Sus ojos café claro mostrando una expresión de frustración por toda su cara. A unos 20metros de dónde trabajaba el chico, una pequeña pérgola de madera resguardaba del sol a otros tres jóvenes trabajadores, que comían onigiris de arroz. Uno miraba fijamente al rubio trabajar. Este era exactamente igual que el otro, con la mínima diferencia que su cabello era gris, y su flequillo caía hacia el otro lado. Su rostro mantenía una expresión serena, mientras comía su onigiri. Al lado suyo estaban otros dos chicos: uno de ellos lo veía con curiosidad con unos ojos cansados y su cabello negro en dos puntas a los lados de su cabeza; el otro estaba concentrado en comer, un chico moreno y alto con el pelo café rapado. Cuando por fin terminó de comer, se dio la vuelta a ver cómo estaba el rubio.
- Estoy algo preocupado por Atsumu... Estos últimos días no hace más que trabajar y trabajar.
- Bueno, ya conoces a Atsumu.- le respondió el del pelo de puntas. El gemelo de pelo gris miro por el rabillo del ojo al moreno, y gritó en dirección al rubio.
- ¡Tsumu! ¡Ven y come algo, estás preocupando a Aran!
Aran se sonrojó ante la declaración, y dejando de trabajar Atsumu gritó de regreso.
- Aww. ¡Entonces sí te importo!

La carreta entró en su campo de visión, y paró frente a Atsumu, a unos 7metros de distancia. De la carreta bajó una persona. Atsumu la examinó de abajo hacia arriba. Tenía unas botas de cuero negro que le llegaban abajo de la rodilla. Sus pantalones, cafés, bien limpios y planchados (si es que eso se podía en esa época). Un cinturón con una hebilla con la forma de un...¿hurón? Parecía más el escudo de algún lugar, pero Atsumu no pudo identificarlo. Traía un par de guantes de cuero negro a juego con las botas, y su camisa era de un verde lima suave, con mangas largas. Y su rostro... Oh, Atsumu jamás olvidaría ese rostro. Era pálido, mucho más pálido que él, con una expresión seria y firme, tal vez hasta disgustada. Su cabello negro caía en pequeños rizos sobre su rostro donde, en su frente, se encontraban dos pequeños lunares, uno arriba del otro. Atsumu se quedó petrificado al ver a aquel ser tan hermoso. Él mismo sentía cómo su expresión cambiaba de amargado a una estúpida sonrisa de felicidad. Se sentía cómo cuando tenía 6 años, y quería un dulce de la repostería de la esquina. Pero, así como nunca le dieron ningún dulce, aquel hombre estaba fuera de su alcance. Aún así lo intentaría aunque fallara...
El hombre se veía perdido, he intentaba encontrar algo o alguien que los dirigiera. Su vista se centró en Atsumu, y para sorpresa de este, le dirigió la palabra.
- ¡Oye, tú! Vives por aquí, ¿no? ¿Crees que puedes ayudarnos?
Atsumu se quedó medio pasmado, pero logró asentir con la cabeza. El otro se acercó un poco. Hasta caminaba con delicadeza, como si quisiera evitar el menor tacto posible.
- Mi nombre es Sakusa Kiyoomi.
- ¿Hm? Ah.- y así sin más, Atsumu pudo regresar a ser normal otra vez, si es que se puede decir así.- Soy Miya Atsumu. Pero, no es muy habitual ver a gente pérdida por estos campos, ¿sabes?- insinuó, recostandose sobre su rastrillo que usaba hace unos momentos.- Y menos a alguien tan guapo como tÛ- se interrumpió, cayéndose del rastrillo, que le había sido arrebatado por el chico de cabello de puntas.
- Y yo soy Suna Rintarō. Perdona a este idiota, no sabe hacer nada más que decir estupideces. No habría ningún problema si salieras conmigo, por supues-- fue interrumpido por el otro gemelo, quien le puso la mano en forma de cachetada en el rostro, tapándole la cara.
- Oye, te ves exhausto. ¿Por qué no vienes conmigo a comer un poco? Te caería bien. Estos tipos son unos idiotas. Si tan solo aceptÆ- fue interrumpido por Aran, quien lo golpeó en la cara como lo había hecho con Suna.
- ¡Cállense pendejos de mierda!
Sakusa los veía con curiosidad.
- Disculpanos por eso. El, este... no recibimos muchas visitas por aquí.- explicó Aran, con aire cansado, como si tuviera que lidiar con ellos todos los días. Cosa que, en realidad, sí hacía.
- ¿Necesita algo?- le preguntó Aran a Sakusa.
- Estoy buscando a Shinsuke Kita.
Los cuatro se quedaron perplejos. Osea que sí era una persona importante. En ese justo momento una campana resonó en el campo, indicando que el descanso había terminado. Suna y Osamu se empezaron a alejar de allí, como si no fuera su problema, discutiendo entre ellos
- Oye, ¿estabas coqueteandole?
- Tú lo hiciste primero.
- Sí, pero esa solo era una escusa para avergonzar a tu hermano.
- Lo sé, pero tenía ganas de ponerte celoso. Te pones celoso muy rápido.
- Eso no es cierto, eres tú el celoso...
Su pelea pasivo-agresiva se perdió en la distancia. Aran le explicó el camino a Sakusa para llegar a la cabaña de Kita, y después de agradecerle, se subió a la carreta y se fueron. Aran se aseguró que fueran bien y luego regresó a trabajar.
Atsumu no se podía creer lo que acababa de pasar. No se esperaba lo que acababa de sentir en su pecho. En su vida se había imaginado ese sentimiento viniendo de él. De su hermano sí, pero de él... Simplemente no se lo creía. No eran tan diferentes después de todo. Tal vez, solo tal vez, si escuchaba a su corazón por una sola vez... ¿podría llegar a ser feliz? Su hermano ya lo era. Aunque no lo admitiera, estaba más que feliz cada vez que Suna estaba al lado suyo. Atsumu tambien quería esa felicidad, esa calidez. Pero no lo quería con otro hombre. Eso era... raro. Bueno, se había acostumbrado a ello con lo que sea que sea lo que tienen Osamu y Suna, pero de todas formas, no estaba preparado para eso...
¿Sería posible para él llegar a aceptar esos sentimientos? Por ahora no se preocupaba por Sakusa, sino por él mismo. Tenía que averiguarlo, y rápido. Si no lo hacía, todo estaría acabado para él. Deseaba con todo su corazón tener a Sakusa en su vida, pero su mente lo traisionaba como siempre.

Era Medieval [ A Haikyuu Fan Fiction ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora