11. Mal de amores

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Mientras los Fushiguro durmieron apacibles en sus respectivas habitaciones, un lindo Yuuji no pudo pegar ojo en la noche, toda esa situación con el padre de Megumi lo había puesto... Nervioso.

Si así se le puede llamar a una erección por recordar el tacto del mayor.
Se sentía como un jodido adolescente hormonado, así como cuando había conocido a Satoru.

Era de lo más incómodo, pues no quería saciar esos bajos deseos en la casa de su mejor amigo, sería irrespetuoso.
Pero tampoco podía dormir con la incomodidad que le generaba el bulto entre sus piernas y no ayudaba a sentirse mejor el hecho de haberse puesto así por el padre de Megumi.

— Soy un maldito depravado...— Se cubrió el rostro sonrojado con ambas manos temblorosas.

La única salvación que llegó en ese momento fue haber escuchado un gran peso cayendo en la puerta principal de la casa.

Ésto por supuesto lo alertó, marcaban las 3 de la mañana en el reloj y la mayoría de personas ya dormían a esa hora.

Se levantó, aún con su problema entre las piernas y fue lo más rápido posible hacia la entrada principal, dispuesto a arriesgar la vida para proteger la residencia, así como un perro guardián.

Vaya sorpresa tuvo al abrir la puerta y encontrarse con el cuerpo cansado de su hermano en el suelo, éste último levantó la mirada y observó detenidamente a Yuuji, quien se sorprendió al mirar luego de años los verdaderos ojos azules de su hermano.

— ¿Te la estabas jalando?

— No, yo solo... ¡Fue repentino!— Imitó un grito en susurros. La sorpresa fue reemplazada por vergüenza en su cuerpo y un tinte rojo invadiendo su rostro.

— Si como sea, ayúdame a entrar.— Extendió su mano hacia el menor, mientras la otra seguía presionandose sobre sus costillas.

Itadori se extrañó al escuchar a su hermano pedir ayuda, no era muy común, por lo que inmediatamente tomó el brazo contrario y ayudó a ese pelirosa para ponerse de pie.

— ¿Ya me dirás qué es lo que pasó?— Preguntó una vez dentro de casa.

— Si a ese idiota lo ves golpeado y a mí también, ¿En qué piensas? ¿Que nos atropellaron a ambos?— Se recostó con dificultad en el sofá más grande.

— Sé que ambos pelearon, Sukuna, pero quiero saber un poco más.

— Nadie se mete conmigo sin salir ileso, eso es todo lo que necesitas saber.

— Pero nadie se metió contigo.— Suspiró ya resignado.

Eso era de toda la vida, Sukuna dándole una respuesta a medias, dejándole con más dudas de las que anteriormente tenía.

— Escucha bien ésto mocoso, por que no pienso repetirlo.— Se cubrió la mirada al reposar su antebrazo en el rostro.
— No estuviste solo, ni un momento de los que estuve lejos. Yo soy parte de ti y tú eres parte de mí, aunque cambies tu rostro o escapes a otro lugar.

En eso último, Ryomen no supo si lo había dicho para el menor o para él mismo.

— ¿Entendiste, flor de cerezo?— Su voz ronca parecía a punto de quebrarse sin mayor esfuerzo.

— Lo entendí, hermano mayor.— Habló tembloroso.

Ambos pelirosas estaban a punto de llorar.
Uno por sentirse completamente vulnerable como cuando era pequeño.
Y otro por escuchar un sentimiento sincero por primera vez.

Pero ninguno estaba totalmente satisfecho con eso.

Desde ese momento las horas hasta el amanecer transcurrieron de lo más silenciosas, sin incomodidad de por medio.
Con un Sukuna lesionado soltando comentarios esporádicos prometiendo sentirse mejor para el medio día.
Y un Yuuji cuidando de su hermano en lo que más podía, con sus aprendizajes médicos obtenidos de un tutorial de dudosa procedencia.

Love me again.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora