19. Amor desigual

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Sukuna tuvo muchos empleos en su juventud.
Desde ayudar generalmente en alguna empresa hasta lavar los baños de su propia escuela; todo para pagar cosas básicas que a sus padres le correspondían pero que, sinceramente, no les importaba.

Uno de sus tantos trabajos de medio tiempo que consiguió, fue el ser cajero en una pastelería; de colores muy desagradables a su gusto, pues la mayoría variaba en tonos bajos color crema, pero para su mala suerte, su cabello combinaba con el ambiente y fue por eso que le contrataron.

Y un día más, pidiéndole a cualquier ser superior que acabara con su sufrimiento mientras atendía a muchísimas personas que quizá tenían diabetes, entró un chico albino de características finas como la porcelana y facciones tan bien pronunciadas que a simple vista cualquiera pensaría que es un divinidad personificada.

«Es atractivo, sí, pero no te pueden gustar los hombres y además tú eres más guapo.»
Se reprendió mentalmente mientras le otorgaba unas galletas envueltas a un cliente, que luego de él, era el turno de ese chico que parecía hijo de la nieve.

- Hola pastelito, me gustaría ordenar lo de siempre.- Pidió de la manera más altiva que se podría.

- No sé qué sea "lo de siempre" porque nunca te había visto, princesa de hielo.

Satoru inclinó sus gafas oscuras bajo el puente de su nariz y fijó su mirada cerúlea en el más bajo.
No podía creer que ese empleado de casta inferior le respondiera una palabra al menos, además de ponerle un apodo ¿Quién se creía?

- Si me pides perdón, haré de cuenta que no dijiste nada.- La intensidad de sus ojos azulejos era pesada, y de la misma manera chocaba con la de Sukuna, que al parecer no le intimidaba para nada.

- ¿Perdón por qué? ¿Por pedir que repitas tu orden?- Frunció su ceño e hizo una mueca de defensa, como un animal mostrando los dientes para amenazar a su enemigo.

- Si sigues hablando lo pagarás caro, cabello de chicle.

- Oh, lamento decírtelo, pero yo soy el que da las facturas aquí, canoso de mierda.- Se burló el pelirosado.

Sukuna ya tenía demasiado con su empleo y los problemas que tenía en casa como para soportar a un cretino adinerado que se creía el rey del mundo, por lo que, si la última opción para poner a ese idiota en su lugar era pelear a golpes, con gusto lo haría.

- Puedo hacer que te despidan.- Amenazó el albino con una sonrisa triunfal en el rostro.

- Hazlo, de cualquier manera no me pagan lo suficiente para soportar a idiotas como tú.

Gojo de tanta rabia que le provocaba el contrario, tenía ya el rostro completamente rojo como una fresa madura. No podía creer que un cualquiera se atreviese a retarle.

- Un frappé de caramelo con malvaviscos suaves y chispas de chocolate encima, también un pastel de vainilla con cubierta de mazapán y relleno de jalea de frambuesa con azúcar glas, ¿Está claro?- Ordenó con severidad, listo para tomar su pedido e irse.

- Por supuesto, tan claro como que vas a morir joven por un coma diabético.

Sukuna ni siquiera anotó la orden, únicamente la memorizó y se dirigió a prepararla, sin saber que ese sería el inicio de su perdición.

|♥♦♥♦|

La rutina se repitió un par de veces más; siempre intercambiando frases afiladas, listas para herir.
Pero así como de la noche a la mañana alguien puede morir, también puede enamorarse.

Cuando menos lo notaron, sus comentarios pasivo/agresivos comenzaron a ser más agresivos, porque ninguno de los dos estaba dispuesto a declarar sus sentimientos hacia el otro.

Love me again.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora