13. Frío cálido

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En su triste hogar teñido de colores grisaceos y un aura deprimente, un Satoru acostado dentro de las gruesas mantas de su cama, no podía dejar de liberar una lluvia infinita en ese cielo que portaba en la mirada.

Sus lágrimas no eran apresuradas y su llanto no era ruidoso, sino todo lo contrario.
Apenas soltaba pequeños sollozos.

No se sentía bien con su propio cuerpo, le daba asco tan solo mirarse.
Le repudiaba tocar una sola parte de sí mismo; le parecía completamente horrible.
Se había negado a comer y beber agua, gracias a ello ahora le dolía la cabeza como un infierno, pero eso estaba bien, se lo merecía.

Ijichi no sabía qué hacer.
Era como cuidar de un niño gigante que está haciendo berrinche, además que sabía perfectamente que el albino era culpable de todo, pero no podría decirlo jamás en voz alta.

Cuando el timbre de casa se escuchó, el asistente de Gojo sintió un alivio inmediato, la ayuda al fin había llegado.

— Muchas gracias por venir.— Dijo en cuanto abrió la puerta por segunda vez en el día.

— No te preocupes tanto Ijichi, es muy seguro que ese poste de luz sólo esté desanimado.— El hombre pasó de largo a la habitación del magullado albino.

En el momento que vio a "esa cosa" más pálida de lo que era, supo que efectivamente se encontraba muy mal.

— Pedazo de infiel, levántate ya.

No hubo respuesta, ni siquiera un suspiro de su parte.

— Ijichi es tu asistente, no tu niñera.

— Me doy asco, Suguru, soy horrible.— Hablo lento, con la mirada perdida en el techo blanco.

El pelinegro inmediatamente lo asimiló como un perrito herido, y no sabía si darle ternura o reírse en su cara por ser tan imbécil.

— Hacerte la víctima y seguir llorando no va a solucionar nada.

— Sukuna tenía razón... Soy una escoria que no merece felicidad alguna.

Geto caminó hasta la enorme cama donde reposaba su amigo, y sin mucha delicadeza se sentó en el blando colchón.
Era una novedad que Satoru le diera la razón a alguien más, así que por ahora no lo detendría.

— Ayer falté a una reunión importante con socios extranjeros debido a mi condición deplorable.

— Supongo que perdiste a varios inversionistas.

— Sí, y empeoró más con el artículo que se publicó acerca de mi divorcio.— Despegó la vista del techo para observar a su amigo.

En cuanto el pelinegro notó su rostro hecho añicos, quiso consolarlo o algo similar, por que jamás había visto tan destrozado al albino.
Era evidente que había llorado por mucho tiempo, puesto que sus ojos estaban hinchados y su pálido rostro tenía un rojo enfermizo decorando su nariz y pómulos.

— ¿Y qué quieres hacer? Puedes demandar a Sukuna por ésto, ya sabes, por el daño físico que conllevó a tu inasistencia en el trabajo.— Sugirió sonriendo.
En realidad lo decía más para no quedarse en silencio y verse evidente que en parte disfrutaba del sufrimiento de su mejor amigo.

— No, no, eso no, a final de cuentas yo tuve la culpa de todo ésto.

Vaya, eso sí era sorprendente.

— ¿Estás seguro?

— Sí, sólo le causaría más problemas a Sukuna.

«¿Y no era eso lo que querías, idiota?»
No evitó pensar el pelinegro.
Pues si bien no quería que el mayor de los Itadori tuviese un conflicto jurídico, ahora le desconcertó el repentino cambio de desición que había tomado Satoru.

Love me again.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora