Adrianna podía recordar la oscuridad y la crueldad que emanaba de aquel monstruo de sus sueños, pero no quedaba ni un solo detalle de su rostro, ni de su voz, en su memoria. El diario no tenía ni una sola referencia a ningún sueño durante los últimos tres años, aunque ella estaba segura de que los había escrito a todos, tan pronto como despertaba de cada pesadilla.
Había hablado sobre aquello con los ancianos del Concejo, pero nadie había podido darle una respuesta y ni siquiera le habían dado mucha importancia. La mayoría solo creían que eran estúpidas pesadillas por ver demasiada televisión o que había comenzado a volverse loca. De cualquier manera, hacía unas semanas atrás, había recibido una llamada de uno de los ancianos del Concejo, notificándole que su presencia era requerida en Haven Falls.
La Luna Negra estaba muy cerca.
Adrianna suspiró con desconsuelo al pensar en Haven Falls. Había nacido allí, y había vivido allí hasta terminar la secundaria. Era un pueblo pequeño, con sus clásicas casas victorianas y rodeado de inmensos bosques de roble. La mayoría de sus habitantes eran brujos, cómo ella. Sin embargo, jamás se había sentido en casa viviendo allí. Cómo si no perteneciera a ese lugar. Después de la graduación, se había mudado a la ciudad de Haling Cove. Quedaba a unas pocas horas en coche, pero lo cierto era que desde que había llegado, hacía tres años, no había vuelto a pisar el pueblo. Extrañaba a sus amigos de la escuela, y sobre todo a su familia, pero había dejado todo aquello atrás. Sin embargo, tan pronto como el tiempo pasó descubrió que tampoco se sentía cómoda en la ciudad. Era como una extraña en cualquier lugar que fuese. Y lo peor de todo, es que tenía la certeza de que pertenecía a algún sitio, solo que aún no lograba encontrarlo.
Y finalmente, después de tres años, debía volver a su pueblo natal. Los ancianos del Concejo, que en su mayoría eran fundadores de Haven Falls, habían establecido tres reglas que no podían romperse bajo ninguna circunstancia para un brujo o una bruja del Clan.
La primera, era que ninguna persona sin magia podía conocer la existencia de brujos y brujas a no ser que se contraiga matrimonio. Era importante para ellos permanecer ocultos de la curiosidad humana por cuestiones de seguridad.
La segunda, quedaba rotundamente prohibido practicar magia oscura.
Y la tercera, todos los miembros del Clan debían atender a sus responsabilidades y obedecer al Consejo.
Si algún miembro del Clan rompía cualquiera de las tres reglas básicas establecidas hacia muchísimo tiempo, sus poderes eran anulados por el Concejo, y se borraba de la memoria de la persona cualquier recuerdo relacionado con la magia. Y como miembro del Clan, Adrianna tenía que regresar antes de la Luna Negra o de lo contrario, le quitarían sus poderes.
Según lo que había oído durante su adolescencia en el pueblo, la Luna Negra era un suceso astrológico que ocurría una vez cada nueve años y podía durar de uno a tres días. Durante ese periodo de tiempo, los brujos que practicaban la magia oscura se volvían más poderosos. Algunos los llamaban Oscuros. Otros incluso decían que no tenían almas. Aunque Adrianna jamás había conocido a alguno y en ocasiones incluso llegaba a sospechar de su existencia.
Afuera llovía. Un trueno cruzó el cielo, atrayendo la atención de Adrianna hacia la ventana. Sonrió con tristeza, ya que la tormenta coincidía perfectamente con sus emociones. La idea de volver a Heaven Falls era abrumadora. Se levantó y se estiró, tirando el diario vacío sobre la cama. Se acercó a la ventana y la abrió, permitiendo que la tormenta entrara en el pequeño apartamento. La lluvia caía sobre su rostro y le empapaba el cabello rubio mientras susurraba palabras que llevarían el mensaje de que volvería a dos personas en específico.
Stella Maris y Margot Willed habían sido sus mejores amigas desde la infancia y Adrianna esperaba, con cierta incertidumbre, que la conexión tan fuerte que habían tenido años atrás no se hubiera desvanecido del todo, para que ellas recibieran su mensaje.
Adrianna no esperó a que pasara la tormenta antes de empacar rápidamente sus pertenencias en el viejo Toyota que había comprado en la secundaria. Miró alrededor del apartamento y lo bendijo por la próxima alma perdida que cayera alli, y se dirigió a Heaven Falls. Sabía que habría sentimientos encontrados cuando llegara a casa porque se había ido en medio de la noche sin despedirse de nadie. Adrianna siempre había sido impulsiva más que cualquier otra cosa y odiaba las despedidas.
Por lo que sabía, aquella noche en su antigua casa, se llevaría a cabo una junta del Concejo, por lo que estaría llena de hombres y mujeres de todas las edades. Era un evento de gala que se realizaba cada tanto para que, mientras los fundadores y miembros del Consejo discutían asuntos importantes, los demás brujos y brujas del pueblo se conocieran y crearan lazos más estrechos.
En cuanto llegó, Adrianna notó que eran más de las ocho, lo que significaba que probablemente se había perdido la inauguración de la junta, pero podría entrar sin ser vista, o eso esperaba. Estacionó el coche en la parte trasera de la casa, rápidamente descargó sus cosas del auto, y cargó todo en la pintoresca casita de huéspedes. Estaba a menos de diez minutos a pie de la casa principal. Usó la vieja llave que aún guardaba y entró a la casa silenciosamente, luego sacó un viejo vestido de seda que había sido de su abuela y agradeció haberlo guardado durante tanto tiempo.
El vestido era hermoso, hecho a mano, de una tela suave y tersa. Adrianna estaba segura de que Jeniffer Fox estaría vestida con alta costura y casi podía visualizar su mirada despectiva en cuanto la viera. En la infancia, ella y Jennifer habían sido amigas muy cercanas, sin embargo en la secundaria había sido todo lo contrario. Jeniffer era lista, atractiva y sobre todo muy competitiva. Con el tiempo, se había distanciado de Adrianna y buscaba ganarle en todo, incluso en cada pequeña cosa. Y cuando Adrianna ganó la coronación en el baile de primavera del último año, Jennifer casi estalló de ira. Era una rivalidad estúpida e infantil, pero por alguna razón Jennifer simplemente la odiaba.
Adrianna se peinó y maquilló en un tiempo récord y se puso el vestido. Se colocó frente al espejo de pie ovalado y su respiración se detuvo por un instante. El vestido era más que hermoso. Una obra de arte. Era de estilo griego con escote en forma de corazón y pliegues en los costados. Los acentos florales asomaban desde el cuello y los costados del vestido, creados con encaje. Sus ojos marrones y su cabello rubio caramelo brillaban y eran un contraste perfecto para el vestido. Su tono de piel dorado lo acentuaba perfectamente.
Adrianna quedó mirando el reflejo y se preguntó si la reconocerían, y luego se maldijo por ser tan idiota. Apenas se había ido por tres años, aunque se había sentido como si fuera mucho más tiempo.
ESTÁS LEYENDO
Saga Oscuros - El Lado Oscuro De La Luna
Teen FictionMe han dicho que soy una sobreviviente. Dura, hermosa y peculiar, pero la verdad es que la mayoría de las veces no sé quién soy. No sé cómo permití que la oscuridad creciera dentro de mi. Solo sé que en lugar de luchar, como debería haberlo hecho...