Vestida con un par de pantalones cortos, una camiseta blanca sin mangas y botas, Adrianna salió para sacar sus frustraciones al jardín. No supo cuánto tiempo pasó mientras arrancaba las malas hierbas, quitaba las hierbas con flores y plantaba nuevas semillas. Sus manos estaban cubiertas de tierra, y sin embargo, nunca se había sentido más feliz que en ese momento en el jardín.Pero no duró mucho tiempo.
Sintió ojos sobre ella y miró hacia arriba de donde acababa de sacar las raíces de menta que podían ir desde el suelo directamente al invernadero, y miró a su alrededor. El sudor corría en su frente, así que extendió la mano y lo limpió antes de apartar el pelo que se le pegaba a la cara.
No podía ver a nadie alrededor, y cuando se levantó para recuperar la canasta de raíces, todavía no podía. Miró alrededor del jardín y luego se dió una mirada así misma. Estaba literalmente cubierta de tierra. Podía sentir la tierra incluso en su cabello y en su cara y no le importaba. En la ciudad, no había podido permitirse un jardín, por lo que aquello era fascinante.
Sin embargo, era perturbador que todavía pudiera sentir la intensa mirada de alguien observándola. Se inclinó y dejó la canasta mientras se dirigía hacia donde había olvidado las raíces de valeriana que le había regalado Stella. Escuchó una ramita romperse y se dio la vuelta mientras llegaba a la siguiente fila de hierbas.
Silas estaba de pie en el borde del jardín, sus ojos azul oscuro mirándola con algo parecido a la admiración. Estaba vestido con un par de jeans holgados que le colgaban justo debajo de las caderas y una camisa blanca que se ajustaba holgadamente a su cuerpo, aunque todavía podía distinguir los contornos de cada músculo bien colocado.
Adrianna recordó que se habían besado la última vez que lo había visto y sus mejillas se sonrojaron ligeramente. Luego recordó que estaba totalmente cubierta de suciedad.
–Hola –lo saludó, limpiándose la cara.
–Lamento interrumpirte –murmuró él–. Quería saber cómo estabas.
–Mejor –respondió Adrianna, con sinceridad.
–¿Valeriana? -preguntó él, observando la canasta que ella llevaba.
–Asi es. Stella me la ha regalado, dice que ayuda a dormir.
Silas cogió la canasta y la movió a la fila en la que ella estaba a punto de comenzar. Ella observó con una sonrisa como empezaba a ensuciarse las manos con tierra para ayudarla.
–Tambien estoy plantando algunas otras hierbas para ayudar a Stella. Me contó que Jennifer abrió su propia tienda y las ventas bajaron. Aunque Jennifer no sabría la diferencia entre la valeriana y la menta, y mucho menos cómo usarlas con fines medicinales –dijo, con más ira de la que había pretendido.
–¿Hablas de la muchacha a la que estabas a punto de arrancarle la cabeza la otra noche?
Ambos rieron con complicidad.
–Sí. Lleva haciéndonos la vida imposible desde la secundaria. Bueno, aunque nunca me he quedado atrás.
–¿Por qué lo dices?
–Una vez, probando hechizos, prendí fuego una vieja casa del árbol donde jugábamos. Jennifer comenzó a burlarse de mí y a llamarme pirotecnia en la escuela, así que encendí algunas velas junto a ella, que desafortunadamente le prendieron fuego. ¿Cómo se suponía que iba a saber que había usado media lata de laca para el cabello? Teníamos nueve años.
Ambos volvieron a reír alegremente.
–¿Te gusta jugar con fuego? –preguntó Silas.
Adrianna sonrió ligeramente.
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Saga Oscuros - El Lado Oscuro De La Luna
Roman pour AdolescentsMe han dicho que soy una sobreviviente. Dura, hermosa y peculiar, pero la verdad es que la mayoría de las veces no sé quién soy. No sé cómo permití que la oscuridad creciera dentro de mi. Solo sé que en lugar de luchar, como debería haberlo hecho...