Capítulo 8

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Cuando despertó por la mañana, Adrianna se quedó en la casa principal a preparar el almuerzo ya que su madre y su abuela habían tenido que salir por asuntos del Consejo. Las habían llamado temprano por la mañana y casi se habían marchado a las corridas.

Debía de ser algo importante.

La cocina era una habitación hermosa e imponente. La primera casa se había construido antes de 1861 y se había quemado casi por completo durante la guerra de Secesión. Todo lo que se pudo salvar fue esa habitación, con su elaborada chimenea enmarcada por molduras en forma de volutas, y el gran dormitorio del piso superior, que había pertenecido a Adrianna. Su bisabuelo había construido una nueva casa y los Harris habían vivido en ella desde entonces.

Adrianna giró para mirar por una de las ventanas que iban desde el suelo hasta el techo. El cristal era antiguo y grueso y mostraba ondulaciones, y todo en el exterior quedaba distorsionado, con un aspecto ligeramente sesgado. Recordó la primera vez que su padre le había mostrado aquel viejo cristal con ondulaciones, cuando ella era niña.

Una sensación de ahogo se instaló en su garganta. Desde que había llegado a Heaven Falls, todo en su interior era contradictorio. Impulsiva, como siempre, después de terminar el almuerzo lo guardó en la heladera y tomó una decisión relámpago.

Iría a ver a su padre aquel día.

Era una caminata bastante larga, casi hasta las afueras del pueblo, solo esperaba que no se le hubiera olvidado el camino durante los últimos tres años. Cruzó al otro lado del puente Wesley y ascendió la colina, pasando ante la iglesia en ruinas. Luego descendió al pequeño valle situado abajo. Aquella parte del cementerio estaba bien cuidada. Allí, la hierba estaba pulcramente cortada, y ramos de flores ofrecían notas de vividos colores. Adrianna se sentó junto a la gran lápida de mármol con la palabra «Harris» tallada en la parte frontal.

–Hola, papá —murmuró.

Se inclinó sobre el lugar para depositar una flor violeta que había recogido de camino. Luego dobló las piernas bajo el cuerpo y se quedó sentada. Había ido allí a menudo de adolescente, tras la muerte de su padre. Dejó que su mente retrocediera para ojear recuerdos, y el nudo de su garganta aumentó y las lágrmas salieron con facilidad. Todavía lo echaba mucho de menos... Su padre, casi siempre tenía una sonrisa que le arrugaba los ojos. Después de su muerte, sentía que ya no había ningún lugar en la tierra al que perteneciera.

Una sombra cayó sobre ella y alzó los ojos sobresaltada. Por un instante, las dos figuras de pie frente a ella resultaron extrañas, desconocidas, vagamente amenazadoras. Las miró fijamente, paralizada.

–Adrianna –dijo la figura más pequeña–. ¿Qué haces aquí sola?

Adrianna pestañeó y luego lanzó una breve carcajada. Eran Stella y Margot.

–¿Qué tiene que hacer una persona para conseguir un poco de intimidad por aquí? –preguntó mientras ellas se sentaban–. Solo he venido a traer unas flores.

Margot y Stella habían acudido allí a menudo en su busca los meses siguientes a la muerte de su padre. De repente, Adrianna se sintió complacida por ello, y agradecida a ambas. Aunque se sintiera perdida, tenía amigas que se preocupaban por ella.

–No deberías haber vendido aquí sola –continuó Stella, con voz preocupada–. No después de lo que pasó con Lucy.

Adrianna soltó un suspiro.

–Lucy estaba tomando drogas. El padre de Jennifer leyó los exámenes de laboratorio aquel día en el ayuntamiento.

Margot miró a la chica con ojos entrecerrados.

Saga Oscuros - El Lado Oscuro De La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora